
En alguna ocasión escuché al Gobernador de Salta hablar de «movilidad social ascendente», pero fue para justificar unas donaciones de inmuebles a clubes deportivos y entidades sociales que ni entonces ni ahora necesitaban de tales ayudas del Estado.
Por tanto, dio toda la impresión en aquel momento que el Gobernador lo que se proponía era llevar aún más alto a quienes ocupaban ya los lugares más privilegiados de la sociedad. Y ya se sabe que eso de propiciar la «movilidad ascendente» de las clases previamente ya «ascendidas» es algo que puede terminar muy mal; sobre todo cuando se utilizan para ello las herramientas equivocadas. Si algo está escrito con tinta indeleble en el ADN de la movilidad de los grupos es que, cuando el objetivo es la cohesión social (la reducción de las desigualdades), no todo puede moverse «hacia arriba»: alguien tiene que bajar para que haya justicia.
A menudo se le escucha también mencionar lo de la «igualdad de oportunidades», pero como en el caso anterior, sus políticas parecen únicamente orientadas a dar las mejores oportunidades a las clases opulentas, porque se supone que son los individuos que las componen quienes mejor las van a aprovechar. ¿Para qué dar oportunidades a quienes por un fatal determinismo de su raza están virtualmente condenados a ser los furgones de cola de la sociedad?
Esta perversa forma de pensar inspira prácticamente todas las políticas del gobierno, y basta para comprobarlo revisar pacientemente, una a una, como lo he hecho yo, las cincuenta decisiones más importantes que ha adoptado el gobernador Urtubey en los últimos dieciséis meses.
Al Gobernador de la Provincia le encanta hablar mucho del futuro, aun sabiendo que cada día que pasa él tiene menos. No tanto por razones biológicas como políticas.
Pero volvemos a lo mismo: Futuro ¿para quién?
Qué duda cabe que en los diez años que han pasado desde 2007, cuando comenzó a gobernar, Urtubey ha sentado las bases de un futuro próspero y luminoso, pero para él y su familia. Lo cual no está mal, excepto por el detalle -de no menor importancia- de que siempre puso por delante su futuro personal y familiar, en desmedro del futuro colectivo de la tierra que gobierna y de sus habitantes.
Si Urtubey hubiera querido invertir en nuestro futuro -en el de todos- y llevado a los salteños de la mano hacia las entrañas del siglo XXI, ya nos hubiéramos enterado hace rato. O no quiso hacerlo (cosa que es probable), o no supo ver la oportunidad, cegado por ese «fulgor personal» en el que tanto recursos de los salteños ha gastado y sigue gastando.
De haber querido -como aparenta hacer ahora- invertir en nuestro futuro y sentar las bases de una profunda revolución productiva que nos permita competir y no perecer en el nuevo siglo, Urtubey ya habría dado los pasos necesarios para liberar las energías de Salta, para reorientarla y para permitir que cada uno encuentre su lugar en la gran transformación en curso.
Hubiera, por ejemplo, declarado a la escuela y al sistema educativo como el primer escenario de combate de la transformación que Salta necesita.
Hubiera también hecho todos los esfuerzos a su alcance para que el acceso al saber y a la cultura sea mejor compartido.
Pero sus decisiones apuntan hacia otro lado.
Básicamente, a asegurar que los salteños permanezcan anclados en sus orígenes y que no tengan la más mínima posibilidad de desafiar a su propio destino y aventurarse a cambiar sus vidas de una forma radical y definitiva.
No se trata ya de que los pobres sigan siendo pobres (algo que le da a la política una energía virtualmente inagotable), sino de que los salteños vivan, crezcan, se reproduzcan y mueran en donde han nacido. A eso apuntan, entre otros objetivos, las políticas que pretenden hacer del culto a Güemes una cuestión de Estado, una «emoción pública», y también aquellas políticas de atención a la primera infancia que habla, sin pudores, de «niños originarios».
El camino escogido por el Gobernador de Salta para hacer más fácil el ejercicio de su mando (aunque no más efectivo) es elegir todo lo que conduzca a la asignación de los salteños a sus diferentes orígenes. Su largo ejercicio del poder será recordado en el futuro como la era de la penalización de la rebeldía, del desaprovechamiento de la existencia, de la hegemonía insultante de los «insiders» en perjuicio de los «outsiders» y del archivo de las perspectivas.
En estas condiciones, el Gobernador y su proyecto de sociedad unidimensional, que favorece los estatutos y castiga la movilidad, se han convertido en obstáculos mayores para que los salteños salgan al encuentro de su destino, desplieguen su potencia creadora, proclamen su emancipación de la política y de sus paternalismos, y accedan a los lugares del mundo a los que por talento tienen legítimo derecho a aspirar.