
Los once candidatos que concurren a las próximas elecciones presidenciales francesas protagonizaron anoche un animado debate televisado, que durante más de cuatro horas ocupó la señal de la cadena de noticias BFMTV y en el curso del cual los espectadores pudimos ver estilos personales y políticos muy diferentes.
Entre los candidatos «menores» (los que aparecen en principio excluidos de cualquier posibilidad de pasar a la segunda vuelta) mi atención se dirigió a tres de ellos, por razones muy diferentes.
El primero es Jacques Cheminade, el más veterano de todos los candidatos (75 años), de quien me llamó la atención que fuese argentino de origen. Cheminade nació en Buenos Aires en 1941 y vivió en esta ciudad hasta los 18 años. En 1996 fundó el partido Solidaridad y Progreso, que hoy preside, y cuya línea política aparece condensada en las columnas de opinión de su periódico Nouvelle Solidarité.
El segundo es Philippe Poutou, un trotskista clásico de 50 años. Obrero de la Ford cerca de Burdeos y sindicalista, Poutou ya fue candidato de la extrema izquierda francesa en las pasadas elecciones presidenciales de 2012 por su partido, llamado Nouveau Parti anticapitaliste (Nuevo Partido Anticapitalista).
La tercera es una mujer: Nathalie Arthaud, otra trotskista destacada, que se presenta también por segunda vez a las presidenciales, representando en este caso a su partido Lucha Obrera, del cual es portavoz desde el año 2008. A pesar de las siglas, Arthaud se considera comunista, aunque el PC francés se encuentra alineado con el candidato de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, considerado uno de los cinco candidatos «mayores».
Entre Poutou y Arthaud obtuvieron en 2012 unos 600.000 votos.
Lo que espoleaba mi curiosidad en realidad era la posibilidad de comparar el discurso de los dos trotkistas franceses con los de algunos prominentes colegas suyos de Salta. Si hay algo en esta vida que se puede comparar con cierta facilidad, por encima de las fronteras y más allá de las culturas, son los discursos trotskistas, por aquello del internacionalismo, la fraternidad universal del proletariado y toda esa poesía tan excelsa y melodiosa que nos recuerda épocas pletóricas de osadías juveniles.
Para empezar, el señor Poutou tuvo, nada más arrancar el debate, un gesto muy consistente con su postura ideológica: se negó a fotografiarse con el resto de los candidatos, porque entendió que él no pertenecía al «club». Lo que también dejó claro con su particular atuendo: Fue el único candidato varón que acudió al debate sin vestir traje y corbata, sino una camisa sin cuello, muy parecidas a las que venden en Primark a 3,50.
El gesto de negarse a la foto me hizo acordar inmediatamente a cierto líder trotskista de Salta, que no tiene (jamás tuvo) el menor empacho en mostrarse como aliado y sostén del presidente de la Cámara de Diputados provincial (un personaje verborrágico, simpático y exhibicionista), aunque el primero se reivindique a menudo como «antisistema» y, por lo tanto, como no perteneciente al «club».
También me llamó la atención que el diputado salteño (el trotskista) vaticinara en un reciente tuit la implosión estrepitosa de la Unión Europea y una quiebra más o menos inminente del Bundesbank, dos «catástrofes» que sus colegas franceses, por lo que pude comprobar anoche, no contemplan ni de lejos, por razones que son bastante comprensibles y que sería muy extenso tratar aquí en profundidad.
Valentina encontrará al bundesbank en bancarrota, a la Unión Europea por estallar.Todo para el avance del socialismo revolucionario.Salud! https://t.co/zWW3AVsvLo
— ClaudioDelPla (@ClaudioDelPla) March 19, 2017
Para Philippe Poutou, por lo menos, su obrerismo forma parte de un «proyecto internacional» (más o menos como Trotsky), emparentado si acaso con el llamado «altermundialismo». Si bien considera que la Unión Europea no es precisamente una fuente de la que mana el progreso, el trotskista francés no es partidario del proteccionismo. Por una cuestión que ellos llaman «coyuntural», la extrema izquierda francesa percibe a la UE como una maquinaria de defensa de las empresas y de los patrones franceses, pero no abogan por su extinción o su desmembramiento, al menos con la misma convicción con que lo hacen, ahora mismo, la candidata de la extrema derecha Marine Le Pen (que coincide exactamente en sus deseos con los trotskistas salteños) y el líder de los eurófobos franceses, François Asselineau, también candidato presidencial.
Ni Poutou ni Arthaud hablan en ningún caso de «avances» del socialismo revolucionario. Suficiente para ellos es mantener la apuesta de hace cinco años, teniendo en cuenta que las posiciones políticas que han hecho auténticos progresos en este continente son aquellas cercanas a los populismos xenófobos de extrema derecha. Aunque la extrema izquierda haya renacido en algunos países como España o Grecia, pocos en Europa entienden estos brotes como una manifestación del «avance» del socialismo revolucionario sino, en todo caso, como un preocupante síntoma de su transformación.
En otro punto en el que no hay la menor coincidencia entre los trotskistas de uno y otro lado del Atlántico es en materia financiera. Pues mientras a los salteños les excita la posibilidad de que el Banco Central alemán (cuyas cuentas, que se sepa, no corren peligro) se vaya al garete (solo ellos sabrán por qué desean que ocurra algo así, teniendo en cuenta que una catástrofe del sistema bancario alemán a quienes más perjudicaría sería a los trabajadores), los trotskistas franceses recelan más bien de lo que pueda hacer en perjuicio de los intereses de la clase obrera el Banco Central Europeo, esa enorme potencia financiera que dirige un «punto» de la iglesia católica, como lo es el señor Mario Draghi, prominente miembro del llamado Eurogrupo.
Hay más diferencias, por supuesto; pero entre todas las demás me gustaría destacar una: el profundo desprecio de una trotskista salteña, expresado con cristalina claridad en Twitter, por la posibilidad (hoy lamentablemente archivada) de que una mujer se convirtiera en presidente de los Estados Unidos de América. En aquella ocasión, la trotskista en cuestión se preocupó por dejar claro que tanto Hillary Clinton como Angela Merkel (dos mujeres que han hecho más por los trabajadores del mundo, probablemente que muchas otras) son «cachorras del imperio» y que los trabajadores del mundo aquel que empieza detrás de los cerros de La Pedrera solo merecen el desprecio del avanzadísimo trotskismo local, ese mismo que de tanto en tanto necesita del auxilio del presidente Godoy para poder sobrevivir.
Es evidente que la trotskista salteña de la que hablo se siente más «en su elemento» con Donald Trump comandando a la gran potencia opresora, que teniendo a una mujer como ella al mando.
Hay algunas cosas que parecen seguras. Por ejemplo, que ni Philippe Poutou ni Nathalie Arthaud, juntos o separados, lograrán superar el techo de votos alcanzado por ellos mismos en las elecciones de 2012. Pero este cálculo no nos debe llevar a cometer el error de pensar de que estos trotskistas del capitalismo real están fuera del mundo y que no tienen la más mínima razón con lo que dicen o lo que piensan; y, a la inversa, no nos debe convencer de que sus colegas salteños, especialmente los que ocupan escaños en la Legislatura provincial, campeones de la xenofobia y la misoginia selectiva, tengan razón en los pronósticos que aventuran para un mundo que no conocen más que por las tapas de los diarios.
Lo que será muy interesante ver en las próximas elecciones es cómo resuelven la peligrosa ecuación de su permanencia en las cámaras legislativas y los concejos deliberantes aquellos que consideran que el socialismo revolucionario «avanza» en Europa, tal y como lo hacía en el siglo XIX, cuando aquel fantasma propiciaba la unión de las fuerzas de la vieja Europa en santa cruzada.
Lo que debemos lamentar, en cualquier caso, es que el trotkismo, otrora brillante, disciplinado, cautivante y consistente, muestre tantas fisuras y tanta falta de coherencia en su forma de pensar, de actuar y de defender sus propias ideas. Especialmente en Salta, en donde no parecen haber superado el rubicón de la Tercera Internacional.