
La frase exacta del Gobernador fue la siguiente:
«Hemos hecho mucho durante el último año. Hemos gobernado para la gente y cumplido con nuestras obligaciones y compromisos. Les puedo asegurar que no fue fácil en un año en el cual la Argentina no obtuvo las inversiones esperadas, en el que el mundo pareció encerrarse y recordar los tiempos de la guerra fría. La mayoría de ellos, se encaminaron a crisis severas. No fue fácil pero lo hicimos con voluntad, con fuerza y sin descanso».
Lo primero que llama la atención de esta afirmación es la consideración del «encierro» del mundo como un hecho negativo o criticable, puesto que en los ocho años anteriores (2007-2015), el mismo Gobernador que ahora critica el encierro aplaudió a rabiar las políticas del gobierno kirchnerista que terminaron aislando a la Argentina y expulsándola de los circuitos económicos internacionales.
Una segunda lectura del párrafo permite relacionar el «encerramiento del mundo» con los procesos, especialmente económicos, del periodo histórico que vivió la humanidad entre 1947 y 1991, conocido como el de la Guerra Fría.
No se sabe muy bien qué libros habrá leído el Gobernador de Salta para terminar afirmando que una de las notas características de este periodo histórico fue el «encierro del mundo».
Para empezar, el periodo al que se refiere el Gobernador de Salta se caracteriza por el enorme avance de las clases trabajadoras en los principales países industrializados del mundo. Nunca antes y nunca después los ingresos de los trabajadores fueron tan altos y los niveles de empleo tan elevados. Estas conquistas hubieran sido imposibles de alcanzar en un «mundo encerrado».
El profesor Charles S. Maier, del Departamento de Historia de la Universidad de Harvard escribió en 2011 que «la economía fue crucial para la Guerra Fría». Del lado soviético, la dominación tenía como premisa la construcción de un bloque de países unidos por su común elección de una economía centralizada y planificada, diseñado para hacer frente a la seducción del Plan Marshall y para ahogar la resurrección del capitalismo en la Europa occidental.
En el caso de los Estados Unidos, el liderazgo significaba ayudar a sus aliados a modernizar sus economías alicaídas tras la guerra y a integrar, hasta donde fuera posible, a países con resabios de la economía imperial -especialmente al Reino Unido y a Alemania- en una esfera común de intercambio y de negocios que no erigiera barreras a las doctrinas y las ambiciones económicas de los Estados Unidos.
Nada de esto, por supuesto, habría sido posible en el «mundo encerrado» que arbitrariamente dibuja en su discurso el gobernador Urtubey como característico de la Guerra Fría.
A las soluciones instrumentadas por los Estados Unidos para convertir la economía alemana en una economía «occidental» y para solucionar los graves problemas de endeudamiento de la economía británica, se suma el liderazgo norteamericano en el este de Asia, propiciado por la derrota militar del Japón.
Si la Guerra Fría fue, en realidad, la lucha entre las dos superpotencias por imponer la superioridad de sus modelos económicos antagónicos, parece claro que si cada una de ellas se hubiera encerrado en sí misma y no hubiese intentado exportar sus doctrinas y sus procedimientos, no se podría hablar hoy de tal guerra, sino de una mera divergencia ideológica entre territorios.
Si durante este periodo los países avanzados, cualquiera haya sido el bloque al que pertenecieran, no se hubieran planteado una apertura de sus economías, el resultado podría haber sido catastrófico. El principio se aplica también a los así llamados, por ellos mismos, «países no alineados», entre los que en algún momento se contó la Argentina, con la salvedad de que los negocios nacionales con la Libia de Gadaffi o la Rumanía de Ceaușescu, propiciados por el peronismo, no proporcionaron al país la prosperidad que buscaba.
Bien es verdad que, de acuerdo con los registros del Banco Mundial, las cifras de inversiones extranjeras se dispararon después de la caída del Muro de Berlín, pero ello no fue consecuencia del levantamiento de las trabas que entorpecían el libre intercambio entre países sino resultado de una desregulación, a escala global, de los mercados financieros internacionales.
Por tanto, ni es cierto que la Guerra Fría fue la alta Edad Media en materia de inversiones extranjeras (que se lo pregunten a Alemania o al Japón), ni la crisis de 2008 (desencadenada por los excesos de los mercados desregulados) es la causa de que la Argentina y Salta no hubieran podido encontrar la financiación al precio que buscaban en 2015.
Prueba de ello es que en el mismo año, un país afectado por una crisis profunda y duradera (España) consiguió no solo reducir sensiblemente su prima de riesgo (hasta hacerla descender a niveles homologables a la prima alemana), sino que pudo obtener en el mercado la financiación que necesitaba a las tasas más favorables que haya conocido su historia.
La razón por la que Salta tuvo que salir a pagar cifras indecentes para financiarse no debe buscarse ni el Brexit, ni el la Guerra Fría ni en la crisis de los países avanzados, sino en el impresentable déficit fiscal de una Provincia empobrecida y mal gestionada, que no dio a los mercados razones suficientemente convincentes para haber defendido durante ocho años la autarquía económica nacional y, de un día para el otro, salir a defender todo lo contrario.