La política de Salta: un juego más parecido al truco que al ajedrez

Pobreza y superficialidad son las dos notas características de la política en Salta, desde que el interés general ha sido desplazado del lugar central que ocupaba en el entramado de preocupaciones colectivas, en beneficio de los intereses personales de una casta, impermeable al diálogo, y que solo entiende la democracia como la imposición de las decisiones de la mayoría.

Quizá lo peor de todo no sea esto sino el hecho de que la pobreza solemne de nuestro debate político ha abierto las compuertas a una legión muy numerosa de aficionados y de oportunistas, que contemplan el ejercicio profesional de la política como un trampolín flexible para hacer despuntar sus ambiciones y sus pulsiones más sectarias. El umbral de acceso está cada vez más bajo y los incentivos para la militancia en el corto plazo son cuantiosos y nada desdeñables.

A una gran mayoría de estos nuevos aficionados a la política no les da nada más que para jugar a que hacen política. La inteligencia es escasa, pero no cabe dudas de que está empleada de un modo muy eficiente.

Calculan -y no les falta razón al hacerlo- que si quienes ocupan hoy los primeros planos y acumulan poderes inmensos e incontestables no tienen un talento mayor que el que ellos poseen, llegará fatalmente un momento en que los llamados a acumular esos poderes extraordinarios sean ellos. Nadie sabe muy bien cómo, pero el cálculo es muy sencillo: Si los que están ahora no se esforzaron, tampoco debemos hacerlo nosotros.

El secreto está en jugar y en seguir jugando. «Lo importante es competir», dicen aquellos a quienes parece inquietarles más bien poco el hecho de perder diez o doce elecciones seguidas. En la continuidad del juego se esconde el secreto del éxito, tanto para la política como para la opería solemne.

Pero para ellos el juego de la política no requiere de una mentalidad científica, de un razonamiento cartesiano y de un pensamiento agudamente estratégico. Les basta con saber jugar al truco; es decir, saber tirar de astucia para hacer creer al oponente que uno es más fuerte o más inteligente de lo que realmente es o que cuenta con «ases» ocultos que el contrincante desconoce. El objetivo no consiste capturar las piezas del enemigo o debilitar su defensa, sino más bien, como en el truco, no dejarse «primerear» por los demás, no tragarse sus amagues y salir bien parado frente a las bravuconadas y los envites. Es eso lo que asegura la supervivencia.

Desgraciadamente, no solo piensan así los jovencitos audaces que han hecho cursillos acelerados en aulas bien inciensadas para convertirse en «líderes sociales», sino que también lo hacen esos políticos veteranos, admiradores de tobillos finos y espaldas desnudas, que con sus enormes cabezas despobladas vienen clamando desde hace décadas por un inmediato «retorno a las esencias».

Todos, aunque no quieran reconocerlo, son afluentes del mismo río revuelto y en el mismo lodo conviven «todos manoseaos», como profetizó Discepolo.

Los años de elecciones son quizá el mejor escaparate para contemplarlos en su mayor esplendor, pues tanto jóvenes como veteranos se esfuerzan por convencer a las mismas audiencias cautivas de siempre, entre las que destacan, por su poder taumatúrgico, por su insolente vitalidad y por su capacidad para hinchar cuentas corrientes, aquellos que integran la «èlite» del periodismo político de Salta. Es a ellos a quien hay que convencer, no a los ciudadanos.

Jugar a la política se ha vuelto en Salta aburrido y previsible. No solo para las viejas glorias (un poco amarillentas ya) del peronismo «esencial» y nostálgico, sino también para aquellos desenfadados jovencitos que aborrecen la corbata y que aún piensan que con una cuenta de Twitter, algunos perfiles falsos y algunas mentirijillas, se puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos.

Tan aburrido y previsible, que el pensamiento binario que domina las mentalidades más avanzadas de la política lugareña desde hace poco más de una década nos impondrá en 2017 otras elecciones en las que los salteños deberemos decidir entre el cielo y el infierno, sin debate y sin estaciones intermedias.

Y todo ello, mientras casi medio millón de salteños que viven en la pobreza más indigna esperan en vano que estos campeones de la «falta envido» alumbren las soluciones para un futuro en el que la pobreza solo sea un mal recuerdo de una época superada.