Urtubey quiere, pero no puede

El Gobernador de Salta ha lanzado una desesperada operación mediática para contrarrestar el corrosivo efecto que sobre su imagen y su proyección política tienen las conversaciones reveladas entre Cristina Fernández de Kirchner y un exhombre fuerte de su gobierno. En estas conversaciones se señala a Juan Manuel Urtubey como un «traidor», pero no solo a las complicidades del kirchnerismo sino a todo el espectro peronista.

Su acercamiento a Macri y a Cambiemos tampoco atraviesa un momento dulce, porque en el seno de la coalición gobernante se multiplican las voces que reclaman arrinconar al peronismo y desconfiar de todo aquel que haya tenido algo que ver con el gobierno kirchnerista.

O Urtubey hace las paces pronto con los líderes nacionales del partido que aún preside en Salta, o se expone a ser laminado por la maquinaria macrista, que no piensa correr riesgos innecesarios en las próximas elecciones, en las que se juega mucho más que unos escaños en el Congreso.

El Gobernador de Salta es hoy lo que técnicamente se podría llamar un «verso suelto», pero su independencia es engañosa. La fascinación que el poder ejerce sobre él le impide siquiera pensar en la posibilidad de ejercer la oposición. No lo hizo con Menem, ni con De la Rúa, ni con los Kirchner y ahora tampoco con Macri. Es poco probable que a una edad tan madura (casi 48 años) alguien aprenda a hacer política lejos de los focos calientes del poder.

El panorama podría ser desolador si aún no mantuviera en Salta a un grupo de fieles incondicionales que dicen controlar los muelles más invisibles, pero que desde hace años viene demostrando una capacidad mínima para solucionar los problemas más básicos de una sociedad crecientemente empobrecida y fragmentada.

De un tiempo a esta parte Salta se ha convertido en una realidad que provoca la mayor incomodidad de Urtubey. Las cifras que certifican su pobre desempeño como responsable político no parecen guardar relación con esa imagen de influyente, eterno aspirante, que proyecta su despliegue mediático nacional.

A Urtubey le gusta hablar de un futuro idílico «que está a la vuelta de la esquina», con esfuerzo o sin él, pero le revuelve hablar de realidades lacerantes del presente como los más de cuatrocientos mil salteños que viven el drama de la pobreza, para no mentar a los niños y a las mujeres cuyas muertes se podrían haber evitado con políticas más eficientes y un poco menos pretenciosas.

Pero mientras el pasado pesa como una losa y Urtubey se niega a reconocer la parte de culpa que le cabe en la proliferación de determinadas patologías sociales, su apuesta por un futuro venturoso, cuya única condición de llegada es que él esté presente en el puente de mando de la nave, es cada más más intensa y desenfadada.

Y más llamativa, porque para un hombre sin partido, sin ideas y sin apoyos sociales visibles, los escenarios grandilocuentes como los que propone se parecen mucho a una huida hacia adelante, protagonizada por alguien que se resiste obstinadamente a admitir que tras de sí se esconde un pasado vergonzoso, de pobreza y oportunidades perdidas.