Las mujeres: el quebradero de cabeza de Urtubey

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Cuando termine de escribirse la historia -un momento que no está tan lejos como se suponía, desde que se conoció la noticia del relevo en la jefatura de redacción de un conocido diario de Salta- el largo y estéril periodo de gobierno de Juan Manuel Urtubey (2007-2019) será recordado por la posteridad por un solo detalle: su pésima relación con las mujeres.

Tendrá que pasar un tiempo, no demasiado largo, para que los manuales de cuarto grado incluyan alguna referencia a nuestro insigne Marco Aurelio y destaquen su particular y más singular seña identidad: su variedad virtualmente infinita de cleopatras.

La situación histórica encierra algunas paradojas, como por ejemplo aquella que nos demuestra que en el periodo estudiado se produjo el más formidable aumento de la influencia política de las mujeres de que se tenga memoria en Salta, y, al mismo tiempo, el coqueteo permanente del gobierno de Urtubey con un sector bien caracterizado de las activistas por los derechos de las mujeres, que tienen en común, todas ellas, su pasión por el feminismo reivindicativo de baja intensidad.

En síntesis, que mientras Urtubey intentaba congraciarse con las mujeres por cualquier medio (oral, escrito o televisivo), las mujeres le fueron dando cada vez más la espalda.

Peligroso asunto, si se tiene en cuenta que en el mismo periodo la Provincia de Salta ocupó amplios espacios en la prensa del mundo por ser el lugar de la Argentina en que más mujeres fueron asesinadas, por la espalda, precisamente.

Las muertes violentas de mujeres trajeron la noche y el invierno al perpetuo y luminoso carnaval urtubeysta; pero hasta por ahí nomás, porque el Gobernador de Salta, en vez de ver a estos asesinatos como la expresión más acabada de la barbarie machista y una epidemia que se ha cobrado más vidas que el dengue, los contempla como una «conducta cultural», que, por serlo, es al mismo tiempo ineluctable.

Mujeres son también las que han abierto las compuertas, hasta ayer selladas, de la crítica ciudadana cara a cara. Nada de redes sociales, de perfiles anónimos ni de posverdades: las mujeres han ido al frente a cara descubierta a afearle al Gobernador su paupérrimo programa de obras, sus decisiones sesgadas de empleo y su inclinación a beneficiar siempre a la camarilla política que lo lleva en volandas de pueblo en pueblo. Valientes señoras que no merecían que el Gobernador se dirigiera a ellas llamándolas «mi amor».

Por si faltaba algo en el complejo escenario de la recién estrenada increpocracia salteña, también son mujeres las que ayer echaron a grito pelado a la ministra Calletti de la marcha del 8 de marzo en Salta. La pobre ministra tuvo que abandonar la manifestación haciendo pucheritos.

Mujeres también (y con mayúsculas, según parece) son las augustas damas que ocupan asiento en el muy noble y muy miope Observatorio de la Violencia contra las Mujeres en Salta. Señoras de discurso fluido, asertivo, antipatriarcal y anticapitalista, que utilizan su cargo para echar sapos y culebras contra Macri, aun sabiendo que uno de los principales valedores de sus políticas supuestamente antipopulares es el mismo espigado Gobernador que le paga el sueldo, y que no dudan en aplaudir a la izquierda anticlerical española que promete, a pecho descubierto, quemar las iglesias como en el año 1936.

Ninguna de ellas ha mostrado un atisbo de dignidad cuando la joven Vanina Yapura Alderete, hija de la mujer cuyo nombre adorna el inútil observatorio, salió a criticar públicamente la utilización política del nombre de su difunta madre, por un gobierno que intentó varias veces «bicicletearle» la indemnización a la que tenía derecho, y por un ente que frente a ciertos actos de violencia mortal contra las mujeres (por ejemplo, el caso de las turistas francesas y el de Andrea Neri) mira para otro lado.

Mujeres son también las muertas que han hecho temblar las estructuras del poder, al haberse generalizado la sospecha de que sus asesinatos aún irresueltos pueden estar siendo encubiertos por altos personajes de la política, cuando no por Urtubey mismo. Sus fantasmas siguen provocando sobresaltos: ayer en París, mañana en el Vaticano, pasado quién sabe.

En suma, que salvo esa dulzura humana que se llama Isabel Macedo, que no desaprovecha ocasión para alabar las cualidades machórrimas de su compañero de almohada, y salvo quizá la titubeante ministra Calletti (una de las dos mujeres que ocupan sitio en un gabinete amplísimamente dominado por los hombres), todas las demás se han convertido, para Urtubey, en unas hienas feroces, capaces, llegado el caso, de comerle los ojos al Gobernador, aun cuando sea él quien les paga el sueldo.