Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago

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Después del «retiro espiritual» que durante un par de días aisló en el corazón de las yungas salteñas a un centenar de funcionarios desmotivados y huérfanos de una dirección consistente, pocas conclusiones se desprenden que no sean aquellas que alaban el «enorme esfuerzo motivador» del Gobernador de la Provincia.

«Es realmente difícil convencer a cien personas para que trabajen más cuando quien se lo pide trabaja cada vez menos», sostienen algunos que vivieron la reunión desde dentro.

Las mismas voces disonantes han dicho lo que es obvio: que el gobierno de Urtubey ha podido subsistir hasta aquí gracias a una combinación entre populismo y gasto público desbocado, financiado por la inflación y atravesado de lado a lado por la corrupción y el amiguismo.

Salvo la corrupción -una patología social difícil de abatir- todas las demás piezas del escenario han cambiado en el último año, periodo en el cual, casualmente o no, las cifras de la contabilidad social de Salta se han ido al garete.

Los más indulgentes con el papel jugado por el Gobernador de Salta hablan de que lo que vivimos hoy es consecuencia del alejamiento de Urtubey del kirchnerismo. Pero los que vienen analizando los números desde antes sugieren que el Gobernador ha desaprovechado la ocasión de darle un vuelco a la lacerante situación social heredada del romerismo y ha empleado fortunas (que podrían haberse invertido para mejorar la situación de muchas personas) en mejorar la suya propia.

Lo que para algunos son certezas y para otros meras sospechas tiene un efecto inmediato: el de ensombrecer la relación de Urtubey con sus funcionarios, especialmente en un año electoral en el que una derrota dejaría al gobierno gravemente herido hasta la conclusión del periodo en 2019.

Muchos de los funcionarios asistentes a la reunión se preguntan esta tarde si vale la pena jugarse los cuartos para defender una idea de progreso que tiene como prioridad impulsar la figura del Gobernador antes que cualquier otro objetivo de gobierno. «¿Qué pasará conmigo si en los próximos meses aparece en escena otro político con ideas más claras?», se preguntan muchos de los que se juegan su vida y su carrera en una apuesta que muchos consideran suicida.

Otros, en las sombras, juegan a calzarse el traje de «sucesor de Urtubey», pero no aciertan a encontrar un discurso convincente que los diferencie de las poco felices ocurrencias verbales del Gobernador. Son aves errantes en busca de un cable en el que posarse, que procuran por todos los medios que sus intenciones no sean percibidas prematuramente por quienes podrían fácilmente poner fin a sus sueños.

Finalmente, hay quienes consideran que Urtubey debe rendirse a Macri y entregarle el poco capital político que le queda, si es que de verdad quiere salvarlo. Es decir, dejar de jugar al gato y al ratón con los legisladores nacionales y dar de una vez ese giro a la derecha que aliviaría la conciencia de muchos seguidores que llevan años tragándose el discurso pseudofeminista y el pseudoindigenista, con tal de conservar una cuota de poder que cada día que pasa se vuelve menos valiosa y es decididamente menos influyente.

La cuesta que debe remontar el equipo de gobierno de Urtubey es demasiado empinada para que algunos, que hoy tienen menos de 40 años, se dejen el alma en el empeño. Si el pésimo momento que dibujan las cifras es culpa de Urtubey y de su falta de contracción al trabajo, lógico sería que fuese él quien pagase los platos rotos de la crisis, y no los que tienen toda una vida política abierta por delante.