La independencia de los jueces en Salta y la amistad que forja el golf

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El formidable revuelo mediático que está produciendo la difusión del documental francés sobre el doble crimen de la Quebrada de San Lorenzo ha vuelto a reavivar un tema altamente sensible en Salta: el de las conexiones ocultas entre el poder político y los jueces que ejercen el poder judicial.

La cuestión está hoy más viva que nunca, no solo por la crecida certeza ciudadana en torno a los «desvíos» de la actividad judicial instructora por interferencias del poder político, en el sonado caso de las turistas francesas, sino por las valientes y comprometidas afirmaciones del juez Carlos Héctor Pucheta, quien en un alarde de responsabilidad ciudadana, ha proclamado en el documental en cuestión, la verdad más compartida entre los salteños pero la que muchos temen pronunciar: «la justicia de Salta no es independiente».

A nadie escapa que en Salta -a diferencia de lo que sucede en las democracias de corte parlamentario- los principales órganos de control del gobierno y de sus actos son los tribunales de justicia.

Es lógico suponer que quien controla al gobierno deba mantener una cierta distancia de éste; pero no solo una distancia institucional, sino también relaciones personales distantes o -aún mejor- nulas. Por aquello de que la mujer del César no solo debe ser honesta sino también parecerlo.

Hoy en día pocos entenderían que el presidente Donald Trump se fotografiara jugando al golf con un magistrado de la Corte Suprema, o de cualquier otro tribunal. Una foto en la que se viera al presidente compartiendo un acto de «camaradería» de tal magnitud con un juez sería interpretado inmediatamente como un gesto imprudente, por las implicancias que pudiera tener en relación con la percepción ciudadana de la independencia de los órganos que deben controlar al gobierno.

Ni a Trump ni a los jueces les está prohibido practicar deportes. Es solo que quienes se encargan de llevar sus agendas deportivas -si es que las tuvieran- se preocupan por lo general de evitar de que unos coincidan con otros en determinados eventos. No digamos ya de sacarse la foto.

En Salta

Pero en nuestra Provincia las cosas son ligeramente diferentes. Y no solo porque lo haya dicho -de forma impecable- el doctor Pucheta.

Como se puede apreciar en esta fotografía, compartida ampliamente en los perfiles sociales del Vicegobernador de la Provincia, Miguel Ángel Isa, uno de sus compañeros de «green» es el juez de la Primera Sala del Tribunal de Juicio de la ciudad de Salta, señor Martín Fernando Pérez.

Sucede que -a diferencia de Isa- el señor Pérez se encuentra por estos días en el candelero (y ya lleva varios años en la misma situación), a raíz de que fue él quien instruyó el controvertido asunto de las turistas francesas. Un caso que lamentablemente (para el buen nombre de la sociedad salteña y de su orgullosa institucionalidad) destaca hoy a nivel nacional e internacional como un asunto «deficientemente instruido».

Tanto, que existe una certeza cercana al nivel absoluto de que los condenados (señalados como culpables por la instrucción) no son lo que son (o que las sentencias dicen que son), y que los verdaderos autores del bárbaro crimen aún se encuentran gozando de una libertad plena. No es poco decir para una instrucción judicial.

También, porque el señor Pérez firmó ayer, junto a sus compañeros de Sala, la sentencia que condenó a prisión sin cumplimiento efectivo del exintendente de El Bordo, Juan Rosario Mazzone, hallado culpable junto con otros dos acusados de un delito más bien infamante: el de corrupción de menores.

Pero Pérez, más allá de sus habilidades jurídicas, parece ser un as del golf, hasta tal punto que en el 1º Abierto de La Loma Golf Club, obtuvo el premio al «mejor approach».

Otro de los premiados en este torneo ha sido el vicegobernador Miguel Isa, triunfador en la categoría de 17 a 24.

Ambos, Isa y Pérez, posaron sonrientes con sus trofeos, como se puede apreciar en la fotografía que aparece en la parte superior.

Sería aventurado decir que la fotografía demuestra la cercanía del señor Pérez con el poder político, pero de lo que no se puede dudar es que la estrecha camaradería que propicia el golf -un deporte carísimo, pero sosegado, de bajas pulsaciones- predispone como ningún otro a las tertulias y confidencias entre los jugadores, que más que rivales son amigos, aún entre hoyo y hoyo.

Mal se entendería pues, que existiendo esta relación tan cercana, el juez Pérez pronunciara resoluciones judiciales desfavorables para el poder político de turno. Si lo hiciera, debería al mismo tiempo abandonar la práctica de este deporte, pues su continuidad en el mismo lo expondría a algún disgusto, como por ejemplo un «wood» atravesado en su nívea cabellera. Y si prefiriera el golf, lo lógico sería que discretamente se abstuviera de juzgar y dejara que su cargo fuese ocupado por alguna persona menos aficionada al deporte y más a las leyes.