
La fotografía que ilustra estas líneas, tomada el día de hoy, corresponde al acto (no se sabe muy bien si político, académico o religioso) mediante el cual el gobierno de Salta, con la presencia de las más altas autoridades del Estado, ha dejado oficialmente inaugurado el nuevo edificio destinado al nivel de educación inicial en la escuela N° 4012 Julio Argentino Roca, ubicada en el centro de la ciudad de Salta.
Lo primero que llama la atención de esta foto es que un hecho de una trascendencia sin dudas menor, como es esta inauguración, haya reunido en un mismo tiempo y espacio al Gobernador de Salta, al Vicegobernador de la Provincia, al presidente de la Cámara de Diputados, al Ministro de Gobierno, al Ministro de Educación, a los secretarios de Gestión Educativa y Obras Públicas y a un concejal de la ciudad.
Se ve que no hay cosas más importantes que hacer un lunes de agosto por la mañana.
Lo segundo, es la decreciente elegancia de nuestros sacerdotes a la hora de impartir las bendiciones (los curas «fashion» no llevan papeles doblados en los bolsillos del saco ni bendicen a los saltitos).
Lo tercero, el gesto sumiso y humillado de los funcionarios frente al rítmico agitar del hisopo de agua bendita por parte del sacerdote, que parece estar esparciendo las menudas gotas del líquido elemento, no sobre el edificio inaugurado, sino sobre las cabezas atribuladas de los compungidos funcionarios, al ritmo del conocido carnavalito Gloria, de la Misa Criolla («Gloria a Dios, en la alturas y en la tie... paz a los hombres, paz a los hombres que ama el Señor»).
Es, sin dudas, el presidente de la Cámara de Diputados y cuarta autoridad del Estado, don Santiago Godoy, quien más transido por la emoción aparece en la foto. Con las manos juntas, su gesto suplicante y piadoso es la perfecta síntesis de la unión indisoluble de la Iglesia y el Estado en todos los terrenos de la vida social y, especialmente, en el de la educación de los niños.
Otros, en cambio, como la Secretaria de Gestión Educativa, Analía Berruezo, como buena excatequista cerrillana y discípula del desaparecido padre Egidio Bonato, con la mirada al frente y las manos unidas en la espalda, muestran una actitud de respeto, no solo hacia el acto religioso sino hacia el Estado que ella, y quienes la acompañan, representan.
Muy diferente es el gesto de su superior, el ministro Roberto Dib Ashur, quien parece estar contemplando el cofre de un difunto en un velatorio.
Otro que no acertó ni con el traje ni con el gesto fue el gobernador Juan Manuel Urtubey, que por pura dignidad cívica debió haber mirado al frente y no cruzar las manos por debajo de su cintura y menos de esa forma, que se asemeja mucho a un ademán obsceno muy conocido. Baste para darse cuenta de ello que otros compañeros de fila, como Zottos, Zorpudes, Galíndez o el mismo Dib Ashur, quienes también han elegido posar con las manos al frente, han adoptado un gesto diferente, sujetando una mano con la otra y no entrecruzando los dedos.
Si un extraterrestre estuviera observando esta escena desde un planeta lejano con poderosos telescopios y viera cómo un sacerdote de escasa talla y poco pelo, solo un con palito de plata y una bola metálica hueca y agujereada mantiene a quietos y a raya a tan poderosos señores, podría preguntarse con justificada intriga quién manda en nuestro planeta.