
Según la peculiar visión del Partido Obrero de Salta, la eficacia de estos meritorios trabajadores y los científicos que los dirigen no depende ni de sus conocimientos ni de su esfuerzo sino del lugar en donde realizan sus investigaciones: el edificio de la Palúdica.
Fuera de allí, estos señores son inútiles, ignorantes, inservibles (al menos eso es lo que se desprende de la postura del Partido Obrero). Es decir, que necesitan unos 10.711 metros cuadrados, en promedio, para trabajar a gusto, o de lo contrario todas sus investigaciones se van al garete.
No termina de convencer el Intendente Municipal de Salta de que su museo del folklore sea la mejor idea para el edificio. Tampoco parece muy razonable pensar que en el mismo lugar en donde se exhiben ponchos, erkes y vigüelas haya un laboratorio de enfermedades tropicales de elevada complejidad.
Es más o menos como expropiar el Colegio Nacional para que allí funcione el museo de la empanada y, al mismo tiempo, la dirección municipal de cloacas y vertidos fecales. En pocas palabras, que no pega la cosa.
Pero lo más llamativo, desde el punto de vista jurídico e institucional, es que los trabajadores de la Palúdica (ni los actuales ni los futuros) no son ni serán los albaceas testamentarios del doctor Luis Güemes y no tienen (no deberían tener) ninguna influencia sobre su legado. Aquí el que decide es el Congreso Nacional; no el Partido Obrero, ni UPCN ni los trabajadores de la Palúdica.
Especialmente el PO, que nos quiere hacer creer que los salteños tenemos que elegir entre el folklore y los mosquitos. Si elegimos lo primero, los mosquitos nos van a volver albóndigas a picaduras. Y lo que es peor: nos veremos abocados a un futuro de ciudadanos con microcefalia (aunque esto ya se podría estar produciendo en ciertas oficinas, incluso sin el mosquito).
Aunque Sáenz se propusiese erigir en el lugar un memorial a la Rusa María, es difícil, por no decir imposible, que un solo trabajador de la Palúdica pierda su trabajo por causa de la transferencia del edificio a jurisdicción municipal. Lo que quieren estos señores -con el apoyo del PO- es seguir trabajando en el centro, con estacionamiento gratis y a la sombra de unos imponentes lapachos, en oficinas a medio derrumbar, pero amplias y luminosas; es decir, que no les hace mucha gracia la idea de tener que ir todos los días a pinchar larvas de vinchuca en los patios traseros del cementerio San Antonio de Padua, por donde sopla ese céfiro constipante.
Pocas veces se ha visto en la historia institucional-inmobiliaria de Salta que un edificio público sea rehén de sus empleados, contra la voluntad (democráticamente expresada) del pueblo de la Nación, a través de sus representantes. Si el Partido Obrero apoya esto, no está muy lejos de apoyar la desobediencia civil a la hora de pagar los impuestos.
Y al folklorista Sáenz le convendría ir pensando en poner allí una universidad y no un monumento al mal gusto, como se propone hacer, solo para recaudar unos pesos para el Municipio.