El triunfo de Trump revienta los cálculos proselitistas de Urtubey

El mundo en el que vivo ha amanecido hoy más temprano que de costumbre, sobresaltado por la confirmación de la noticia que todos temían conocer pero que nadie quería que se produjese: Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos de América.

Las principales bolsas europeas han reaccionado a la noticia como solo ellas saben hacerlo cuando algo les disgusta (esto es, cayendo vertiginosamente), y el peso mexicano amagó con hundirse, aun cuando la economía de aquel gran país no ha mostrado el más mínimo síntoma de debilidad.

Por razones de horario, pero no solo por ellas, han sido Marine Le Pen y Nigel Farage los primeros líderes europeos que saludaron la victoria de Trump desde el otro lado del océano. Un poco más tarde lo hicieron Mariano Rajoy (apelando al viejo entendimiento entre los Estados Unidos y España, desde la época de Bienvenido Mister Marshall, la inolvidable película de Berlanga), François Hollande (que dio la impresión de tener sus barbas en remojo) y Angela Merkel, quizá la única líder del viejo continente que puede mostrar ante la gran potencia americana algunos buenos resultados.

Quizá por las mismas razones -el horario- no se pudo apreciar que el entusiasmo se contagiara al siempre bien musculado líder ruso Vladimir Putin, o a los chinos. Al primero no debe haberle sentado nada bien que Trump haya dedicado sus primeras palabras como Presidente a agradecer los importantes servicios prestados al país por su rival, Hillary Clinton, después de que esta dedicara a los rusos las peores palabras de su campaña. Los chinos, por su parte, ven en Trump a un demonio determinado a colocar un gigantesco zapato comercial encima de ellos; pero saben que allí donde haya oportunidad de hacer buenos negocios para ambas partes el ogro de la cabellera oxigenada vendrá al pie y seguirá habiendo iPhones baratos para todo el mundo, excepto quizá para los argentinos, que seguirán pagando por ellos lo que no valen.

Los ingleses se desesperan porque la libra esterlina recupere sus niveles anteriores al referéndum del brexit y poco les importa quién ha ganado las elecciones en sus antiguas colonias. Ellos seguirán firmes bajo el paraguas defensivo norteamericano y probablemente sean los únicos socios de la OTAN que no paguen a Trump un fee por el papel que de hecho juegan los Estados Unidos como «policía global», algo que parece van a tener que hacer países como España, Francia o, incluso, Alemania.

Un voto contra las elites

Mientras tanto, la horda de veedores (todos ellos medio tuertos) que envió el gobierno de Salta a los Estados Unidos ha tenido apenas unas horas para borrar todos los informes que habían redactado previamente, dando como segura ganadora a la señora Clinton.

Esos nuevos informes dirán que la América profunda -la de la Biblia, el Cadillac y el revólver- no solo es conservadora sino también machista, y que el voto por Trump en los estados del mid-west se debe a la poca información de que dispone la gente que por allí vive.

Pero el triunfo de Trump -una victoria casi pírrica- lejos de ser la expresión de la América atrasada y polvorienta, es un demoledor mensaje contra las elites políticas del país (los Clinton, los Obama, los Bush y otras dinastías menores). La ola de rechazo que levantó Trump con su descaro, su misoginia, su lenguaje barriobajero y sus discutibles modales, al final no alcanzó para contrarrestar el tremendo impulso de los ciudadanos contra los políticos profesionales, contra aquellos que han hecho del poder casi un juego personal, contra los que se creen que han nacido para mandar.

Cualquiera sea la opinión que nos hayamos formado del nuevo presidente, su triunfo electoral solo se puede entender en clave democrática: el pueblo (el que elige) ha dicho que ya está bien de esta clase de políticos unidos por lazos de sangre, que los salteños conocemos bastante bien, especialmente porque los dos últimos gobernadores (Romero y Urtubey) forman parte de la misma «casta» que ha abusado de la política hasta volverla inútil para resolver los conflictos y las carencias que genera nuestra convivencia en sociedad.

Trump es en realidad un candidato antisistema, un «outsider», a diferencia de Urtubey, que cada vez que puede nos recuerda que él es un miembro orgánico de una nomenklatura, selecta, disciplinada y cada vez más oligárquica.

En las próximas horas, los «diagramadores» de la campaña de imagen del actual Gobernador de Salta virarán, casi con seguridad, del hillarismo más prístino hacia un donaldismo adaptado a las necesidades del momento. Lo mismo hará Mauricio Macri, quien esta mañana no puede (no debería) experimentar otro sentimiento que no sea el de alivio, al saber que el futuro líder de la potencia más grande del mundo se ganó el puesto por un margen de votos incluso inferior al que él, en su día, le sacó al insulso Daniel Scioli.

Trump's like us

La derrota de Hillary Clinton en Pennsylvannia, que era dudosa durante el tramo final de la campaña, finalmente no pudo ser evitada, ni aun por el apoyo explícito que el Boss, Bruce Springsteen, prestó a la candidata demócrata solo un par de días antes de la votación.

Y no es que el Boss ande de capa caída ni que su poder de encantamiento de las masas haya retrocedido, al compás de su declive creativo. Aunque de hecho sus soflamas patrióticas ya no son las mismas que en las épocas de Ronald Reagan, sus canciones siguen sonando de una forma arrolladora y sus palabras siguen empapando el lenguaje de la clase trabajadora industrial de los Estados Unidos.

Solo que al Boss, con 67 años (tres menos que el nuevo presidente) le han salido unos fans medio raros, que van por la calle canturreando su Born to Run de una forma muy particular. Los menores de 30 años, que no compran vinilos sino suscripciones en Spotify, no cantan aquello de «'cause tramps like us, baby we were born to run», sino «'cause Trump's like us, baby we were born to run».

Y en el sistema electoral de los Estados Unidos, ya se sabe, una sola vocal puede suponer 30 votos electorales de una sola tacada.