La humilde sinceridad del ministro Roque Mascarello pone en aprietos a Urtubey

«Hubiera sido egoísta a esta altura de mi carrera no aportar mi experiencia y mi trayectoria en salud», ha dicho muy suelto de cuerpo el recientemente designado Ministro de Salud Pública del gobierno provincial de Salta, señor Rosario Roque Mascarello.

No hace falta estar en posesión de un máster en psicopatología para leer, debajo de esas convencidas líneas, lo siguiente: «Hubiera sido muy estúpido que el gobierno desaprovechase mi experiencia y mi trayectoria en salud».

Resultado, ni el señor Mascarello es egoísta ni el gobierno tonto. Hoy, todo ese bagaje inconmensurable de experiencia más trayectoria está al servicio de la salud pública de todos los salteños, desde que las cifras (desastrosas) decretaron el fin de la carrera del señor Oscar Villa Nouguès.

Pero hay un detalle: ni Mascarello ni el gobierno que lo ha nombrado han hablado jamás de acierto. Se puede tener experiencia (la que se adquiere simplemente por el ejercicio de un oficio durante un cierto tiempo) y se puede tener trayectoria (con solo moverse de un sitio al otro).

Cientos de enfermeros y enfermeras de Salta pueden acreditar en este sentido tanta o más experiencia y trayectoria que el señor Mascarello. Algunos de aquellos incluso puede sacar pecho y decir «yo he logrado esto». Mascarello, en cambio no ha logrado nada; excepto lo que está a la vista: inflar su ego hasta hacerlo alcanzar dimensiones insoportables.

Pocos funcionarios, que se recuerden, han accedido a un cargo de esta importancia haciendo gala de tan poca humildad, tan convencido de sus cualidades, tan encantados de conocerse a sí mismos.

Hablamos de unas cualidades que en todo caso están por demostrar, porque un examen más o menos detenido de la experiencia y la trayectoria de Mascarello no permiten hallar trazas de virtudes políticas o de habilidad sanitaria. Quizá, abriéndolo en canal, como se hace con los cadáveres en algunas autopsias, le encontremos algo.

La prueba del nueve

La prueba de la inexistencia de tales virtudes la ha aportado el propio Mascarello, quien con las lealtades todavía mezcladas, ha dicho no encontrar «grandes diferencias entre la gestión del exgobernador Juan Carlos Romero y el actual, Juan Manuel Urtubey».

Pero la analogía no se ha detenido ahí, pues Mascarello ha dicho con toda claridad que «los vicios y debilidades en salud son los mismos que en la gestión de Romero» (Cfr. El Acople Informativo).

La afirmación es sorprendente, no porque no concuerde con la realidad, sino porque supone desmentir al propio Urtubey, quien lleva casi una década de esfuerzos y de propaganda intentando demostrar a propios y extraños que él es mucho mejor que Romero, a quien considera un empresario frío y calculador que no tenía (y no tiene) idea de lo que son esos maravillosos instrumentos científicos que se llaman «políticas públicas».

Si lo que Mascarello quiso decir es que al final, para tapar los agujeros y maquillar las cifras, tuvieron que recurrir a él, que ocupó el mismo cargo bajo el mando de Romero, lo que la gente entendió es que en los pasados ocho años y once meses la Provincia de Salta no ha avanzado un ápice en materia de Salud Pública, que no se ha solucionado ninguno de los problemas que antes había.

Si el celular de Mascarello no recibió anoche una rabiosa llamada de Urtubey, es que algo está fallando en la relación entre el Gobernador y sus ministros.

Dios quiera que el incombustible Mascarello no vuelva a ser Ministro de Salud Pública dentro de veinte años, pues aunque en 2036 el hombre pueda presumir de una experiencia y una trayectoria que en tales fechas serán, sin dudas, impresionantes (sin contar con su propia longevidad), su eventual designación será la confirmación de que en Salta las cifras de mortalidad infantil siguen siendo escandalosas, que los hospitales siguen vaciados, que la carencia de especialistas se ha agudizado, que todavía hay centros de salud-rancho, que algunos enfermos siguen siendo sometidos a la humillación institucional y que algún nostálgico todavía piensa que los enfermos se curan rezando en los quirófanos y elevando loas desmedidas al Plan Carrillo, aquel conjunto de medidas voluntaristas y equivocadas con el que Roberto Romero pretendió -con los resultados por todos conocidos- revolucionar la atención primaria de la salud

Los salteños deberán optar, pues, entre más Mascarello o vivir sanos y limpios.