Criticar a Urtubey no es ofender a los salteños

Los totalitarismos no han sido los inventores del culto a la imagen y a la propia personalidad, pero no hay dudas de que han sido los que más provecho han sacado de la estrategia de identificación absoluta del líder con el espíritu de la nación.

La operación suele ser muy sencilla: conseguir que los gobernados se olviden de que quien gobierna es un simple y temporal mandatario de los ciudadanos (e igual a estos), y hacer, mediante la propaganda, que se lo vea como un ser providencial, como un ente superior que encarna todas las virtudes y defectos de la raza. Es decir, convertirlo en una especie de símbolo, como puede ser, por ejemplo, la bandera o el himno.

De lo que se trata en el fondo es de que los ciudadanos vean al que manda como un padre, como un protector (al estilo de Stalin o de Mao) al que no se puede criticar, so pena de incurrir en una vileza muy difícil de perdonar. Afortunadamente ya no hay fusilamientos por esta causa, pero los linchamientos verbales en las redes sociales han tomado el relevo.

Visto desde esta perspectiva, el hecho de que un puñado de salteños haya reaccionado de forma tan visceral e intolerante a las críticas que un funcionario nacional ha deslizado contra el gobierno de Urtubey, es la comprobación indubitada de que en Salta, en vez de que tengamos un Gobernador accountable, transparente y limitado, tenemos a un «padrecito» o a un «conducator».

Podría no parecerlo a primera vista, porque los celosos defensores de las virtudes del gobierno de Salta no han salido a rasgarse las vestiduras por Urtubey precisamente, sino que más bien lo han hecho por el llamado «orgullo salteño». Y ahí reside la clave del éxito de la operación de culto a la personalidad: en la identificación total de la persona del gobernante con la nación o con los sentimientos de los habitantes del territorio gobernado.

Urtubey, como cualquier otro funcionario a sueldo del Estado, puede ser objeto de críticas cívicas de todos los colores, hasta las más feroces. Excepto -claro está- aquellas que se internan en el terreno de la injuria y afectan a su intimidad personal o familiar.

Que sea tucumano y no salteño el que lo critique en nada resta legitimidad o certeza a la crítica. Solo los salteños menos evolucionados y menos cultos, políticamente hablando, son los que se apresuran a condenar a quienes se atreven a criticar al «jefecito», por el solo hecho de que quien lo critica no pertenece al terruño.

Si Cano, en vez de decir que Urtubey lleva nueve años malgobernando Salta, hubiera dicho en cambio que todos los salteños son unos «pata sucia», quien habría salido a rebatir este infundio pédico hubiera sido el propio Gobernador, mientras que los salteños -en su mayoría- no habrían hecho otra cosa que ignorar la afrenta o reírse de ella.

Pero lo que puede ser admitido en un sentido, no puede serlo en el otro. Es decir que el Gobernador puede darse por ofendido en representación de todos los salteños, pero no todos los salteños sentirse ofendidos en defensa del Gobernador. Esto es sencillamente antidemocrático y muy poco republicano.