
Si a Romero se atribuye el mérito de haber conseguido divorciar a la política de la moral, a Urtubey le corresponde, sin duda ninguna, la responsabilidad de haber hecho de la política una actividad notablemente aligerada de cargas intelectuales y filosóficas.
El pragmatismo amoral inaugurado por su antecesor -gracias a un sorprendente respaldo social- abonó el terreno para que el actual Gobernador de la Provincia instalara en Salta una suerte de dictadura de la mediocridad, cuyo principal protagonista es ese tipo de político astuto, sagaz y taimado que él mismo representa con asombrosa fidelidad.
Con el apoyo de un sector visiblemente decadente de la aristocracia lugareña, rendido a la ineluctabilidad del poder, el anterior Gobernador consiguió instalar en los aledaños del Estado una estética kitsch, caracterizada por los gestos mayestáticos, la estridencia decorativa y la imitación estilística de formas de un pasado histórico largamente superado.
Con apoyos sociales diferentes, aunque no menos decisivos que los anteriores, el actual Gobernador logró hacer de aquel revestimiento estético del poder una suerte de pantalla protectora para ocultar los problemas sociales más agudos y la profunda incapacidad de su gobierno para dar las respuestas y alumbrar las soluciones que los ciudadanos esperan.
Basado en un lenguaje calculadamente críptico y a veces indescifrable, en el que se mezclan la falsa espontaneidad del habla coloquial con la pedantería de la jerga sociológica, el actual Gobernador ha logrado lo que su antecesor jamás se propuso: definir sobre qué temas deben debatir los salteños.
Mientras para algunos, el actual Gobernador es un héroe (poseedor de un heroísmo similar al de Güemes) por haberse llevado al tálamo a una actriz de la escena nacional, la auténtica proeza del poder, la victoria más resonante de sus vacilantes políticas, es la de haber impuesto a la sociedad una agenda acotada de temas, entre los que figuran la pobreza, la desnutrición infantil o la eficiencia de los servicios públicos.
Basta para comprobar que esto es cierto la lectura de las columnas de opinión de los principales diarios salteños, que un día sí y otro también se ocupan de temas como el corredor bioceánico, los delirantes sueños de desarrollo, las fantasías ferroviarias, las asimetrías en la distribución de los recursos fiscales, la extensión de la frontera agropecuaria, el federalismo plañidero, las dimensiones y características de la pobreza, los desafíos de la educación, el déficit de innovación y el tortuoso derrotero de las nuevas tecnologías.
Muchos podrán pensar que la instalación de estos temas en la agenda de debate público es producto de una gran generosidad intelectual o de una aguda visión política del Gobernador, pero se trata sin dudas de una estrategia perversa para sustraer del debate lo que de verdad impide hallar la soluciones a los principales problemas institucionales y socioeconómicos que atenazan a los salteños, que no es otra cosa que la ciudadanía incompleta de quien vive en esta tierra.
El actual Gobernador de Salta puede tolerar que se hable de la pobreza o de la especial vulnerabilidad de la infancia salteña, pero no de la desusada extensión de su poder personal y del efecto que su cerrado personalismo provoca en el proceso de consolidación democrática. En Salta se habla casi de todo lo que tenga que ver con los derechos económicos y sociales, pero nada del bloqueo que el exceso de poder provoca en las instituciones fundamentales del Estado y mucho menos que nada sobre aquello que, desde hace más de ocho años, nos aboca a un disfrute incompleto de la condición de ciudadano.
Eludir el corralito de pensamiento impuesto desde el poder es difícil en Salta, porque, como sucede en todos los ambientes con déficit de ciudadanía, la falta de libertades y el disfrute irregular de ciertos derechos, impide que quienes desean ejercer como ciudadanos, en una sociedad abierta y democrática, dispongan de todas las herramientas necesarias para controlar al poder.
Hablar de ciertos temas relacionados con la ciudadanía, como por ejemplo el rechazo del odio y la dialéctica amigo-enemigo, la defensa de los principios republicanos, el papel que desempeñan las minorías políticas y parlamentarias en el juego institucional, el rol de los medios de comunicación libres, la dignidad de todos o la participación activa e igualitaria en la vida política y social no supone solamente sacar al actual Gobernador de su zona de confort, sino también cuestionar de forma activa la legitimidad de su mando. Y esto último es lo que menos interesa a un Gobernador, convencido por diferentes argumentos, de que su derecho a mandar como le plazca nace de una fuente divina.
Solo a un gobernante que piensa que ocupa un sillón por designio de Dios se le ocurre montar una boda de tan pésimo gusto como la que buena parte de los salteños han debido sufrir el sábado pasado. El Gobernante limitado, aquel que es consciente de los límites temporales, lógicos y jurídicos de su poder, se habría casado de otra forma, sin hacer pagar al pueblo llano ese injusto impuesto de admiración y deslumbramiento que es más propio de las monarquías menos evolucionadas y más paternalistas.
Solo un gobernante que desprecia la idea de ciudadanía y que se esfuerza todos los días para estimular debates periféricos que sean incapaces de conmover el núcleo desde el que se irradia el poder es capaz de convertir un hecho personal en un activo de campaña y de exhibir sus intimidades familiares para arañar unas décimas de punto en las encuestas.
Estos gestos, que son propios de la vanidad del poder absoluto, representan sin embargo una degradación desconcertada del poder y, por tanto, una oportunidad para denunciar la falta de una ciudadanía libre y completa, como condición sine qua non no solo de la democracia a la que aspiramos sino de la solución a la miríada de problemas irresueltos que arrastra Salta y que no encontrarán solución con la proliferación de ingenieros sociales en los medios de comunicación, a la que estamos asistiendo, sino con la multiplicación de ciudadanos completos e iguales en el espacio público.