El pesimismo antropológico de Urtubey amenaza su candidatura presidencial

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El Gobernador de Salta ha vuelto a hacer arriesgadas piruetas con las palabras, como acostumbra cada vez que se enfrenta a un micrófono y a un auditorio cautivo.

Sucedió en la recepción oficial realizada ayer jueves en Salta, con ocasión de la reunión del Consejo Federal de Justicia, oportunidad en la que Juan Manuel Urtubey volvió a mostrarse en territorio provincial tras varios días de ausencia.

Como ya ocurriera hace algunos años, cuando su gobierno se vio obligado a adoptar un discurso sobre la violencia de género, y dijo ante un audiencia algo menos calificada que el maltrato hacia las mujeres formaba parte del «acervo cultural» de los salteños, esta vez Urtubey ha ido un poco más lejos y ha dicho que vivimos -todos, incluido él- en una «sociedad inevitablemente injusta».

Si bien esta visión hobbesiana de la realidad no es nueva para Urtubey, lo que sí se aparta un poco de sus precedentes es la caracterización de la justicia, a la que ha definido en el mismo discurso como la forma con que su gobierno (o él en persona) lleva a cabo la tarea de «restañar las heridas» que la desigualdad social (ineluctable) generó.

Aunque el juicio haría retorcerse en su tumba al autor de Leviathan, cualquiera podría inmediatamente pensar que si para el Gobernador de Salta hacer justicia es lo mismo que curar heridas, debería enviar ya mismo a la Legislatura un proyecto para fusionar el Ministerio de Justicia con el de Salud.

En pocas palabras, lo que ha dicho ayer Urtubey es: 1) que vivimos en una sociedad intrínsecamente injusta y que nuestro sino fatal es convivir con la injusticia social durante mucho tiempo, porque es inevitable; y 2) que lo único a lo que pueden aspirar los ciudadanos es a que el Estado les ponga curitas en las heridas, les pase la mano por el hombro y les ayude a olvidar las ofensas.

Es la traducción al plano filosófico de las ideas religiosas de la beata Teresa de Calcuta, que veía en el sufrimiento humano extremo una forma «hermosa» de acercarse a Dios, razón por la cual -según dicen- mantenía viviendo en una pobreza inadmisible a cientos de enfermos en sus casas de curación.

La renuncia de Urtubey a combatir las injusticias en su raíz y soñar con un mundo más igualitario, en el que no existan diferencias extremas entre pobres y ricos, entre incluidos y excluidos, entre sapientes e ignorantes, entre sanos y enfermos, entre seguros e inseguros, es una malísima carta de presentación para su candidatura presidencial en 2019.

El hiperrealismo y la sinceridad brutal son dos rasgos de carácter vedados a los políticos que aspiran a dirigir sus sociedades y a influir en sus procesos. De hecho, ningún político que -como Urtubey- crea que la justicia distributiva a la que aspiran los seres humanos es irrealizable debería gobernar.

Estos juicios tajantes y descomunales son más propios del discurso de Donald Trump, aunque nada por el momento permite descartar la hipótesis de que una estampita del millonario norteamericano adorne el cabecero de la cama de Urtubey.

La idea de una «justicia reparadora» es propia de las comunidades de primates y se aleja mucho de las modernas orientaciones filosóficas en la materia. La justicia, entendida como un «aparato» (una caja negra) dedicada a componer conflictos, forma parte del arsenal teórico del primer Estado moderno, de la monarquía absoluta.

Dicho en otras palabras, que la idea instrumental que Urtubey sustenta de la justicia es marcadamente insuficiente. Y lo hubiera sido tambiénen la época en que vivieron y elaboraron sus teorías Immanuel Kant, David Hume o John Rawls.

Es verdad que a un político (y menos a uno de este nivel) no se le puede pedir que haga un prolijo repaso de las teorías clásicas, pero no es menos cierto que a los que buscan mostrarse como más preparados que el resto (a los que presentan ante el auditorio como abogados) no se les puede dejar pasar deslices verbales de esta magnitud, porque aunque la democracia sea una cuestión de números y el voto de mil ignorantes valga mil veces más que el de un experto, mirar para otro lado o hacernos los sordos cuando alguien con pretensiones dice barbaridades es la peor forma de comportarse.

Si la idea de Urtubey es la de que quienes sufren injusticias las sufrirán por siempre y que el Estado solo puede ayudarlos colocándoles un parche en sus agujeros patrimoniales o en sus déficits de seguridad, debería decirlo con claridad, sin adoptar poses doctorales y con un lenguaje llano y comprensible por todos.

Si su voluntad es la de que los ciudadanos sufran las injusticias en sus carnes, como una forma «bonita» de servir a Dios, que lo diga sin tantos circunloquios y que no parezca que sus palabras son una renuncia de antemano, una derrota humillante y prematura, ante el avance de la injusticia y la desigualdad.

Y que alguien, desde alguna tribuna lejana, transmita a los ciudadanos argentinos, y a los de Salta en particular, que hay una forma diferente, más optimisma y constructiva, de ver el futuro y de soñar con la reducción de las desigualdades, el imperio de la Ley y el triunfo de la justicia.