
Pero al mismo tiempo sus mensajes son cada vez más vacíos, sus posturas políticas cada vez más ambiguas o contradictorias y sus resultados como gobernante cada vez más desastrosos.
A cualquier político le preocuparía esta divergencia entre la exposición pública de su figura (que ya no tiene límites entre la esfera pública y la privada) y su eficacia como gobernante. Pero no a Urtubey.
Al Gobernador de Salta le interesaba solo alcanzar dos metas en la política: (1) ser elegido Gobernador tres veces, como Juan Carlos Romero, y (2) que su nombre aparezca en las quinielas nacionales para una responsabilidad de gobierno mayor.
Conseguidas las dos cosas, el rumbo que pueda tomar el gobierno de la Provincia de Salta y los problemas irresolubles de convivencia, de seguridad y de cohesión social le resultan del todo indiferentes.
Prueba de ello es que el último equipo de gobierno de Urtubey, aquel que tomó las riendas de los asuntos públicos de la Provincia en diciembre de 2015, es el más pobre de todos lo que se recuerdan en la historia institucional de la Provincia de Salta.
A estas alturas, pocos recuerdan ya que cuando Urtubey asumió el cargo por primera vez en diciembre de 2007, en su gabinete había algunos nombres que indicaban una cierta preocupación por la política y la seriedad institucional (Antonio Marocco, Nicolás Juárez Campos, Julio César Loutaif o Gregorio Caro). Unos nombres que han ido desapareciendo de a poco en beneficio de un grupo de amigos, casi todos ellos pertenecientes, por edad, a la misma «quinta» del Gobernador.
A diferencia de Romero, que alquilaba cerebros a escondidas, Urtubey no tiene ninguno a sueldo del gobierno. Sus colaboradores más inmediatos -incluidos sus hermanos- son planos y ágrafos.
Urtubey no quiere cerebros cerca suyo, no porque no los necesite ni porque desee diferenciarse en este punto de Romero, sino porque él cree que con el suyo (que considera prodigioso) es suficiente. Si su gobierno se mantiene a flote (por situarnos en una hipótesis optimista) ello se debe más a la habilidad y a la picardía de su Jefe de Gabinete que a los aciertos del Gobernador, que muchas veces ni siquiera sabe de lo que habla.
El resto de los ministros, excepción hecha de Analía Berruezo, podrían desempeñarse con provecho como ordenanzas de escuela (dicho sea con respeto a la profesionalidad de estos trabajadores) pero muy difícilmente como ministros de un gobierno democrático, urgido de resultados tangibles en materia de salud, de bienestar y de reducción de la pobreza.
El ejemplo más notable y más triste de esta falta de habilidades mínimas para ejercer cargos públicos de responsabilidad es el del Ministro de Gobierno.
Mientras más opaco sea su gabinete, Urtubey tiene su brillo asegurado. Y ello, aun cuando el Gobernador, en su tercer mandato, tenga en su agenda un 70 por ciento de asuntos que nada tienen que ver con los asuntos públicos de la Provincia que gobierna y que le llevan a ausentarse del territorio provincial con más frecuencia de la que sería deseable.
Sin gestión, sin aciertos y sin cifras que lo respalden, el gobierno de Urtubey se reduce a un cada vez más activo y asfixiado aparato de comunicadores a sueldo que se encarga de hacer pasar por proezas políticas las obviedades administrativas más nimias y de subrayar con líneas gruesas cada palabra que el Gobernador pronuncie, por muy estúpida que sea.
El problema, en todo caso, no es la estupidez del discurso ni la vacuidad de quien lo emite, sino que el destinatario del mensaje es una ciudadanía adormecida y lenta de reflejos, que traga sin masticar todo lo que los comunicadores del gobierno a diario le dan a consumir. Unos ciudadanos convertidos en borregos, incapaces de protestar frente a las tropelías y a los abusos del poder.
No en vano, unos 20.000 salteños con estudios, capaces de liderar movimientos de opinión independientes, están hoy amordazados por el gobierno pues su sustento (la educación de sus hijos y la salud de su familia) dependen de un sueldo público y de la voluntad del gobierno.
Ese silencio cómplice de quienes podrían transformar radicalmente la vida pública salteña y sin embargo prefieren la comodidad del sueldo o la prebenda pública es lo que realmente mantiene al gobierno y no los aciertos de éste.
Lo demás es puro cuento.