¡Quieren meter presa a Cristina!

Diego Maradona, ese gran amigo de Homer Simpson, ha encendido todas las luces de alerta nacional al avisarnos con grandes aspavientos que quieren meter presa a Cristina.

Para defenderla, el Diez no ha llamado a Ruggeri, a Giusti, a Olarticoechea o al Tata Brown, sino que ha lanzado una velada convocatoria a los militantes de la izquierda más rabiosa. El objetivo, evitar que la anterior Jefa del Estado vaya a dar con sus delicados huesos patagónicos en la cárcel.

Pero es que Maradona olvida que antes fueron Cristina y Néstor los que quisieron meter presos a Carlos y a Fernando, entre quienes no supieron o no quisieron distinguir.

Y que Carlos, en su día, quiso también meter preso a Raúl. Ello, sin contar con que Raúl logró meter presos a Jorge Rafael, a Emilio Eduardo y a Leopoldo Fortunato, quienes, cuando mandaban, mantuvieron presa y sin juicio, durante años, a María Estela.

Es decir, que el mundo no se viene abajo porque quieran meter presa a Cristina. La historia reciente nos dice que la sangre nunca llegó al río.

El problema real es esta pasión oculta por encarcelar a los expresidentes, que no nace del espíritu cainita de los argentinos, sino más bien de un deficiente diseño institucional, que impide a los que ejercen el mando rendir cuentas puntuales, detalladas y periódicas de sus actos a los ciudadanos que los han elegido.

Es decir, que si el mecanismo para medir la satisfacción popular con el gobierno no fueran (como lo son hoy) las elecciones (cuyo objetivo es otro bien diferente), posiblemente los jueces argentinos tendrían hoy mucho menos trabajo que el que tienen.

Quiere decir también que en treinta y tres años de democracia, los inventores de los goles legítimos con la mano (nosotros) también nos hemos inventado un sistema para hacer aparecer a los presidentes como si gozaran de una gran popularidad cuando lo que en realidad quiere la gente es que se vayan. Si en 33 años no hemos aprendido a trucar el resultado de las elecciones, es que no hemos aprendido nada.

Sin instituciones y procesos estables de rendición periódica de cuentas, la democracia participativa es una mera ilusión. La transparencia, un sueño. Si los hubiera y si, habiéndolos, funcionaran bien, no habría necesidad de llevar a los expresidentes ante un juez federal. Serían los ciudadanos los que con herramientas limpias, expeditivas e inobjetablemente democráticas (esto es, sin sacar los tanques a la calle, sin cortar cabezas en las plazas públicas) decidirían la suerte de un gobierno.

Si alguna vez hubiéramos tenido algo de esto, María Estela, Carlos, Fernando, Néstor y Cristina podrían gozar hoy de sus doradas jubilaciones sin tanto desasosiego, aunque el precio de esta tranquilidad sea gobernar mucho menos tiempo del previsto.

Pero como no disponemos de estas herramientas civilizadoras del combate político, lo que nos pide el cuerpo es castigar con la cárcel a quienes han metido los goles con la mano, o a los que han metido la mano en el tarro. Si ha sido Maradona el que ha levantado la voz en este sentido, es que tenemos que espabilar, pues quien ha hablado es un especialista.

Mientras no existan estos mecanismos (entre los que habría que incluir, lógicamente, la revocación popular de los mandatos) no queda otro remedio que aguantar el chubasco y empezar a desconfiar de esa estrategia que consiste en pensar que los jueces «amigos» que designamos nunca nos van a traicionar.