Orgullo salteño al cuadrado

El Gobernador de la Provincia de Salta, Juan Manuel Urtubey, ha dicho ayer «sentirse orgulloso» porque el presidente Mauricio Macri haya lanzado en Cerrillos su plan tecnológico nacional.

Como ya sucedió en otras ocasiones, el mandatario se limitó a hinchar el pecho de orgullo, pero no a explicar, como es debido, los motivos de este tan particular sentimiento.

Recordemos que la palabra «orgullo» no tiene en nuestra lengua connotaciones positivas (es sinónimo de «arrogancia» y de «vanidad») y que la definición académica nos dice que a veces -esto es, no siempre- se puede «disimular» (tolerar o disculpar) el orgullo cuando este nace «de causas nobles o virtuosas».

Por principio, nadie puede sentir orgullo (sea el arrogante, sea el disimulable) por cosas que no ha hecho personalmente. Por ejemplo, si alguien que se lo merece recibe un premio, esa persona puede decir que se siente orgullosa (porque se ha premiado algo bueno que ha hecho), pero no sus amigos o parientes, que son ajenos a la buena obra.

Es decir, que nadie debería experimentar orgullo por hechos en los que no ha intervenido personalmente, aportando a ellos algo positivo. El ejemplo por antonomasia es el orgullo que experimentan algunos por haber nacido en un lugar determinado. Como nadie controla ni puede anticipar el lugar en el que vendrá al mundo, sentir orgullo por un hecho como este es sencillamente absurdo, por no decir contraproducente, ya que normalmente el orgullo por haber nacido en un lugar y no en otro se traduce en la expresión de superioridad de uno sobre los otros. Sobre los que no han sido bendecidos con la gracia de haber nacido en Salta, por ejemplo.

Por esta razón, cuando el gobernador Urtubey dice sentirse orgulloso de algo que no ha hecho él, sino otras personas, lo que está queriendo decir es que se siente satisfecho o contento por lo que otros han hecho, pero no «orgulloso». El orgullo, en este como en la mayoría de casos, es el sentimiento equivocado.

Pero, por ejemplo, si una decisión oportuna del gobernador acertara a evitar que se mueran de hambre los niños de algunas comunidades aborígenes del norte de la Provincia, el mandatario podría sentirse legítimamente orgulloso. Pero, por lo que se ve, él prefiere tomar las decisiones equivocadas en asuntos que le competen y colgarse medallas ajenas haciendo pasar por virtudes suyas lo que son aciertos de otro.

Hay que recordar, finalmente, que hasta hace pocos meses, el gobernador Urtubey experimentaba un sentimiento similar respecto del gobierno de la presidenta Kirchner, y de las decisiones de ministros de su gobierno como Kicillof o De Vido. Es muy fácil manifestarse defraudado después de que se haya descubierto que algunos funcionarios tenían una maquinaria bastante sofisticada para robarse el dinero público a carradas.

Lo que podría haberle provocado auténtico «orgullo» a Urtubey era haber denunciado el latrocinio kirchnerista cuando él formaba parte de sus filas, cuando se beneficiaba de sus prebendas, y no después.

Después, cualquiera puede sentirse orgulloso.