La peregrina idea federalista de Urtubey

Según el Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, «el federalismo consiste en hacer más competitivas a las economías regionales». La frase, soltada al viento en el llamado precoloquio de Idea, provocó un pequeño seísmo en la tumba de Alexander Hamilton.

Vista desde una perspectiva diametralmente opuesta, la frase da a entender algo realmente sorprendente: que los países que no han adoptado el sistema federal tienen unas economías regionales empobrecidas, marginales, tercermundistas y poco desarrolladas.

El error no consiste tanto en vincular el federalismo con la prosperidad de las regiones como hacerlo con la economía. El federalismo no tiene nada que ver con la economía, como muy claramente se desprende del artículo 126 de la Constitución Nacional, cuyo contenido es por demás conocido.

Pretender hacer del federalismo una doctrina económica tiene, aunque a primera vista no lo parezca, una muy interesante lectura política, ya que aquellos que, como el gobernador Urtubey aspiran a reducir el federalismo a una cuestión de ayudas que fluyen desde el centro hacia la periferia, se esmeran al mismo tiempo en ocultar lo que el federalismo realmente es: una mera técnica para dividir, limitar y, por tanto, controlar mejor al poder.

Es decir que quienes hacen esfuerzos por «federalizar» el país a partir de la transferencia de recursos, son generalmente los mismos que en sus jurisdicciones locales ejercen un poder absoluto, ilimitado y sin controles, porque en aquel territorio en el que los ciudadanos descubren que el federalismo no consiste en igualarse con el vecino sino en evitar que el que manda tenga más poderes que los razonablemente es aconsejable tener, para no poner en peligro las libertades, el poder absoluto se tambalea y cae.

Lo que buscan los discursos como el de Urtubey es legitimar este poder omnímodo apelando al complejo de inferioridad, que no solo tiene un lado económico y temporal sino que también es eterno y «multidisciplinar», como lo demuestra la reciente sanción de la ley que hace del día de la muerte de Güemes feriado nacional.

Es decir, cuando se agote el llanto por la desigualdad económica, será el federalismo cultural irrealizado el que tome su lugar. Luego vendrán el federalismo deportivo, el histórico, el comunicacional, el religioso y así sucesivamente. Lo importante es que siempre haya sobre la mesa argumentos para engañar a los ciudadanos y hacer que sientan o se crean que el gobierno nacional les está expoliando algo que les pertenece. Así se sostienen las pequeñas satrapías locales, y también algunas de las más grandes.

Si, como dice Urtubey, el federalismo es la promoción de las economías regionales, no se explica por qué motivo un país no federal como Francia alberga a un conjunto bastante homogéneo y equilibrado de regiones con un alto nivel de prosperidad. Algo parecido sucede con países formalmente unitarios como China, Italia, Reino Unido o España. ¿Será que la solución es el unitarismo?

No. Lo que estimula el crecimiento de las economías locales y reduce las desigualdades territoriales no es la mayor o menor autonomía de las unidades políticas o administrativas sino el acierto de sus gobernantes en materia de educación y de política económica, así como su capacidad para extender los derechos de ciudadanía a las regiones menos favorecidas. La competitividad de una región no depende de la inyección de recursos provenientes de otras regiones sino de una lectura inteligente y el uso eficaz de las capacidades propias.

Al contrario, el «federalismo del bolsillo» que propone Urtubey en sus elevadísimos «precoloquios» supone que los salteños se tienen que sentar y esperar a que les caiga el maná del cielo en forma de ayudas del gobierno central, sin siquiera hacer el esfuerzo de mejorar, ni en educación ni en economía. Y supone también que lo que reciban los salteños, a título de «reparación histórica», saldrá del bolsillo de otros argentinos igualitos en derechos a los salteños. Así, la unidad de la nación y la igualdad de sus habitantes sencillamente se rompe.

No hay dudas que para realizar el falso federalismo económico que predica Urtubey, siempre serán preferibles que existan provincias pobres pero con gobiernos poderosos. A más poder local, mayor capacidad de extorsión al poder central. De eso va la cosa en realidad.

Lo que Urtubey quiere es que el resto de los argentinos le transfieran a Salta más recursos económicos, para que él, como Gobernador, luego se los niegue a los municipios gobernados por intendentes a los que no controla. La paradoja es total: Falso federalismo hacia afuera, genuino centralismo hacia adentro.

¿Que los salteños vivirán mejor si el que tiene la llave de la caja fuerte en Buenos Aires le envía más dinero? De eso apenas si se puede dudar. Lo que no se puede hacer es llamar a eso «federalismo», sin al mismo tiempo arriesgarse a destruir una idea que vertebra a la nación y a utilizarla como pantalla para ocultar el abuso más siniestro del poder político en perjuicio de la libertad de los ciudadanos y de la igualdad de todos, desde La Quiaca hasta el Canal de Beagle.