
El discurso de la mayoría de los políticos es tan intragable, que para intentar que la gente lo digiera mejor, quienes organizan las periódicas apariciones públicas de estos encantadores de serpientes profesionales, intentan colocarlos en escenarios cada vez más «amigables».
Escuchar a un político -como Urtubey, por ejemplo- hablar detrás de una tribuna o de un estrado, caminando en solitario por un gigantesco escenario negro -como Steve Jobs o Tim Cook- o alrededor de una mesa de contertulios se ha vuelto cada vez más difícil.
Al parecer, la gente rechaza las escenografías tradicionales, a las que identifica con la liviandad del discurso político, y por eso es que estos cerebros del marketing ahora los hacen hablar sentados en decorativos sillones, alrededor de una mesa de café y con un micrófono inalámbrico en las manos o un pinganillo semiinvisible que les atraviesa la mejilla como una horrible cicatriz.
Al que lo ve se encantado entre los gobelinos y el raso es al Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, que parece haberle tomado el gusto a esto de hundirse en sillones de los que luego es casi imposible levantarse.
Demás está decir, que esta clase de sillones -diseñados entre Louis XV y la Belle Époque- poco se adaptan a las necesidades de la oratoria moderna y se prestan más a las siestas o a los lances amorosos. Para eso los idearon los franceses, porque para los discursos políticos tenían a mano las sillas enclenques de la Cancha de Pelota (souvenez-vous le Serment de Jeu de Paume?) o los más sólidos escaños de la Asamblea Nacional.
El orador político -el auténtico- no necesita de tantos afeites ni de tantos ornamentos. Les basta un lugar en el que apoyar las manos y, a veces, los papeles. Lo importante son en todo caso las ideas y las palabras con las que se expresan; no tanto si los brocados de las cortinas coinciden o no con la tapicería del sillón.
El resultado de esta discutible práctica escénica no puede ser otro que políticos demasiado blandos, de «piel fina» como la de Donald Trump, según la certera acusación de Hillary Clinton.
Aunque después se metan en el barro con botas de goma, o aparezcan -como Urtubey- con la camisa fuera del pantalón y sin afeitarse, como navajeros del Bronx, al final son como Rock Hudson: parecen duros, pero...