El segundo tirador de Dallas o la segunda vaca de Parodi

La hipótesis criminalística de la segunda vaca en Las Costas va camino de adquirir la misma dimensión legendaria que la teoría, nunca comprobada, del segundo tirador que acabó con la vida de John Fitzgerald Kennedy, aquel fatídico mediodía en Dallas.

Lo que parece fuera de discusión es que hubo una primera vaca, que dio por tierra con la humanidad del oficial principal Sergio Rosales. Es muy raro que, al ser auxiliado Rosales por sus compañeros Quipildor y Villagra, a estos, a su vez, se les haya cruzado una segunda vaca, que casi les cuesta la vida.

La paradoja es muy parecida a la de aquellas ambulancias, que después de recoger a un individuo lesionado en un accidente de tráfico, a dos semáforos del hospital, chocan contra un camión.

En estos casos, es de suponer que los que acuden al rescate van prevenidos del peligro que causó el accidente. Si a Quipildor y Villagra les hubiese caído un rayo, quizá no podrían haberlo previsto. Pero no el cruce de una segunda vaca. Un temor inconsciente espolea el instinto de supervivencia.

El problema de la teoría de la segunda vaca no es su inverosimilitud sino lo que va a costarle a los salteños sostenerla. Ocultar una cosa como esta requiere de una importante inyección de dinero, para comprar silencios, blindar complicidades, pagar cámaras frigoríficas y tergiversar las evidencias.

La ventaja de afirmar una mentira como esta es que las vacas no tienen patente y si a la fiscal del caso se le ocurriera solicitar una pericial agropecuaria al SENASA, este organismo podría informar que a la hora de autos por el lugar se encontraban pastando las vacas Martita y Julita, con lo que el caso estaría prácticamente cerrado.

Para terminar de atar todo, debería salir el Jefe de Policía a informar que las infortunadas tamberas debieron ser sacrificadas de urgencia por orden del veterinario policial y sus restos desnaturalizados por medio de procedimientos químicos, para evitar que las achuras salieran al mercado en camionetas con poca higiene.

De nada valdría que los más suspicaces dijeran que el motor de la Amarok de Parodi estaba trucado por la Volkswagen para falsificar los registros de emisiones de gases de efecto invernadero. Las autoridades dirán, y con razón, que más dañan la capa de ozono las flatulencias de las vacas, que el CO2 que se desprende de los escapes de las camionetas del gobierno.

Todo ello, claro está, a menos que la valentía de una fiscal se lleve por delante los tópicos y los miedos, y acorrale a ciertos bípedos implumes, que sueltos, comprobado está, son más peligrosos que cien vacas juntas.