Sobre viajes ocultos y corrupción

En democracia, lo que permanece oculto -sea con intención de ocultar o sin ella- es secreto. Y lo que es secreto, en democracia, despierta sospechas de corrupción.

El secreto o la ocultación de las actividades o los movimientos de los gobernantes forman parte de lo que Norberto Bobbio llama «fracasos de la democracia».

En su conocido opúsculo Democracia y secreto, el autor turinés evoca un pasaje del novelista, Premio Nobel de Literatura, Elías Canetti (1905-1994): «El detentador del poder, que de él se vale, lo conoce bien y sabe apreciarlo muy bien según su importancia en cada caso que acechar, cuando quiere alcanzar algo, y sabe a cuál de sus ayudantes debe emplear para el acecho. Tiene muchos secretos, ya que es mucho lo que desea, y los combina en un sistema en el que se preservan recíprocamente. A uno le confía tal cosa, a otro tal otra y se encarga de que nunca haya comunicación entre ambos. Todo aquel que sabe algo es vigilado por otro, el cual, sin embargo, jamás se entera de qué es en realidad lo que está vigilando en el otro».

Solo el poderoso -añade Bobbio- tiene la llave de todo el sistema de secretos y se siente amenazado si confía enteramente el secreto a otro.

Para Canetti, una de las características del poder es lo que llama «la desigual distribución de las intenciones». Así, el poderoso «cala» pero no permita que «se le cale».

Hablemos claro

Si el viaje del Gobernador de Salta (de su novia y de varios miembros de la familia del mandatario, que ocupan cargos en el gobierno), estaba «programado», debió ser conocido y sancionado por una norma jurídica (excepto en el caso de la novia) y no permanecer oculto.

Solo un político que desprecia profundamente a sus ciudadanos, ante un suceso que provoca conmoción pública, como una epidemia en fase aguda, no suspende los viajes «programados».

Viajar no está prohibido para nadie, pero los viajes de los políticos están sometidos a reglas objetivas y preexistentes y no a los deseos particulares o familiares de nadie. Quien desconozca estas reglas está poniendo en duda (o cuestionando, según el caso) la existencia de una acelerada reconfiguración de las relaciones entre los ciudadanos y las autoridades que los gobiernan.

En enero de 2015, pocos días después de los atentados de Charlie Hebdo que dejaron en París 12 muertos y 11 heridos, el presidente de la República francesa decidió suspender su viaje al Perú y a la Argentina, que había sido «programado» para el mes de marzo de aquel año.

Dos meses después, la tragedia del avión de Germanwings en los Alpes, obligó a los reyes de España a suspender abruptamente la visita oficial de Estado que ese momento se encontraban realizando en Francia. La visita suspendida había demandado una organización de varios meses.

Cuando el Gobernador de Salta decidió privilegiar la programación sobre la conmoción del Estado, los muertos en Orán sumaban 6 (durante su ausencia aumentaron a 7) y las personas oficialmente diagnosticadas de dengue sumaban casi un millar.

Del panopticón de Bentham a las redes sociales

Gobernantes como Juan Manuel Urtubey han diseñado un perverso sistema de información y de comunicación pública, a caballo entre el famoso panopticón de Jeremy Bentham y el Gran Hermano de George Orwell, cuya utilidad no consistía en otra cosa que vigilar constantemente a los súbditos sin que estos se enteren de que alguien lo hace.

Pero mientras el Gobernador de Salta se ha blindado detrás de un sistema de información pública que es incontrolable e inverificable para los ciudadanos comunes, estos han trasladado el centro de la información y las demandas de transparencia a las redes sociales, un espacio en donde los partidarios del Gobernador -incluidos los que perciben un sueldo por propalar consignas- no consiguen hacer pie desde hace unos seis años.

Son las redes (y no las fundaciones que funcionan como agencias de viajes VIP) las que están definiendo a marchas forzadas un nuevo concepto de «ética pública», vinculado con algo que se llama «visibilidad máxima» en la actividad y los procesos de ciertas instituciones, sin que el gobernador Urtubey y sus aliados se hayan dado o parezca que vayan a darse cuenta de ello.

La vieja idea de «que el enemigo no conozca nuestros movimientos», es hoy una utopía (cuando no una consigna suicida), gracias, entre otros gadgets, al teléfono celular que grabó el desfile de Urtubey - Macedo en los abarrotados pasillos del hospital de Orán y a las cámaras indiscretas que cazaron a la familia Urtubey a unos pocos pasos del Arco de Triunfo del Carrousel, en pleno centro de París.