Gustavo Sáenz, el Intendente de los perros y las plantas

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El Intendente de Salta, Gustavo Sáenz, vive una etapa de grandes descubrimientos, al estilo de la que el mundo vivió en el siglo XVI de la era cristiana.

El primer hallazgo fue el de las arcas vacías, los discos duros borrados, los archivadores pelados y los ñoquis titularizados por su antecesor en el cargo. Con este descubrimiento, el Intendente comenzó a comprender -bien es cierto que tímidamente- que no es lo mismo repartir sonrisas y cantar boleros en las unidades básicas que administrar responsablemente los bienes del Estado.

Más tarde descubrió que la naturaleza humana es tan cruel y desagradecida, que en vez de gobernar para los seres racionales (que siempre critican y son reacios a reconocer su entrega a la causa) parece preferible gobernar para el resto de las especies vivientes, incluidas las inanimadas, que tienen la ventaja de que no se quejan y que, en algunos casos, agitan la cola cuando el Intendente se les acerca para acariciarlos.

Es así como el señor Sáenz se ha arremangado para crear el primer Estado de Bienestar canino del mundo, una construcción impostergable donde las haya, sobre todo si se tiene en cuenta que en la muy civilizada y salubre ciudad de Salta hay un perro «en situación de calle» por cada tres seres humanos.

Tal vez este exceso de perros ha sido lo que ha alertado al Intendente de que hay en la ciudad pocos árboles para que tamaña cantidad de canes pueda hacer sus necesidades con tranquilidad. «Cada veinte salteños hay un árbol», dijo Sáenz, pero en el sustantivo «salteños» están incluidos los perros, que también son oriundos de esta tierra, como insistentemente lo viene demostrando el Intendente, y el propio escudo de la ciudad, en donde aparece un perro callejero.

Así que, un poco más tarde, el señor Sáenz se ha dado a la tarea de plantar árboles, con la intención de tapizar la ciudad de verde, o lo que es lo mismo, de construir baños ecológicos para la crecida población de perros callejeros.

Ahora, en plena fiebre «bio», ya no es el plantado de la futura verdosidad sino la conservación de la presente lo que bulle en la febril imaginación del regidor municipal. Por eso, ha anunciado que va a «readecuar» el registro de podadores, en el que deberá inscribirse obligatoriamente todo aquel que desee cortar una rama en Salta. Así como los dentistas son los únicos legalmente habilitados para sacar muelas, el que quiera embellecer o cuidar la salud de un árbol en Salta (así sea su propio árbol) deberá estar en posesión de su carnet de podador matriculado, expedido por el señor Sáenz.

Eso sí, sacarse el carnet de podador no parece en principio muy difícil, ya que el aspirante solo tendrá que cursar una (1) jornada de capacitación.

Pero no será una jornada cualquiera, ya que, según ha previsto el sagaz Sáenz, el cursito será impartido por «profesionales de primer nivel» que poseen certificación de la Sociedad Internacional de Arboricultura. Lo cual es más o menos como decir que el curso para hacer la Primera Comunión en la capilla del barrio Unión va a ser impartido por el Papa en persona.

Solo faltó mencionar aquí que la poda hasta del arbusto más infame será supervisada por los biólogos de la UNSa, un colectivo de profesionales que vale tanto para un roto como para un descosido.

Finalmente, para cerrar el circuito de la biodiversidad, Sáenz le ha declarado la guerra al mosquito Aedes aegypti, a los yuyarales y a los vecinos desaprensivos que abandonan sus baldíos en época estival. Mañana el enemigo pueden ser las chinches, las juanitas o los alacranes. Pero hoy el enemigo es el chatarrero informal, al que la Municipalidad ha retirado todos los permisos para recoger objetos inservibles de las casas, en beneficio de un monopolio estatal de la chatarra, de dudosa legalidad.

En suma, que estamos en presencia de una Intendencia dedicada en cuerpo y alma a los bichos y a los yuyos, pero muy poco a las personas.