
Con Urtubey decidido a buscar la gloria sin importarle la suerte o los sentimientos de quienes lo han apoyado, la ciudadanía comienza a preguntarse por la sinceridad de las políticas «progresistas» que el mandatario salteño ha venido poniendo en práctica en los últimos años, y también por la suerte de algunos aliados suyos que hasta hace pocos días defendían con ferocidad maternal el kirchnerismo que el Gobernador ha dado ya por muerto.
No hablamos de personajes de la talla de Pablo Kosiner, que lleva ya muchos años demostrando una capacidad inusual para saltar de madriguera en madriguera sin apenas cambiar el pelo, sino de otros que podrían verse de algún modo sorprendidos por los movimientos radicales de Urtubey.
Muchos se preguntan, por ejemplo, cuál será de aquí en adelante el discurso del diputado provincial Matías Posadas, enemigo declarado de la derecha «conservadora» y «neoliberal», valiente defensor del «modelo»; con qué argumentos explicará ahora el legislador el regreso de Urtubey al catecismo menemista y al noventismo que demonizó durante casi una década.
¿Cuál será el futuro del exdiputado Carlos Morello, líder de una fracción minúscula de la izquierda local que levanta banderas que se hallan en los antípodas ideológicos del macrismo? ¿Dónde se refugiará el Intendente de Tartagal, Sergio Leavy, uno de los «barones» territoriales con mayor compromiso con el kirchnerismo?
Qué será de los indigenistas, los inadistas, los afsquistas, los ragonistas, los camporistas y los ansesistas de Salta. ¿No tienen ellos derecho a sentirse defraudados por Urtubey y su polimorfismo ideológico?
A algunos kirchneristas conocidos, como Gonzalo Quilodrán y José Vilariño, Urtubey les ha fabricado un hueco a medida en la generosa plantilla de la Casa de Salta en Buenos Aires, en donde se enmohecen personajes como María Silvia Pace, la «militante» exministra de Derechos Humanos del gobierno provincial, o la ultrakirchnerista Susana Canela, otro cero a la izquierda de la representación parlamentaria de Salta.
Es evidente que desde el Arzobispo de Salta para abajo, el sinceramiento macrista de Urtubey ha traído un cierto alivio de conciencia a la derecha tradicional, católica y engominada. Pero muchos critican que este giro llega demasiado tarde, pues si se hubiera producido seis años antes, el Partido Renovador de Salta, fracturado por el seguidismo kirchnerista de Urtubey, todavía seguiría existiendo como partido independiente y cohesionado.
En las próximas semanas se verá también si ese kirchnerismo visceral y fundamentalista era genuino o si solo se trataba de una «militancia del presupuesto». Y se verá también otra pelea: la de aquellos que pugnarán por situarse dentro del espacio macrista, con el argumento de que las políticas del ingeniero están más próximas al «peronismo histórico» que las que llevaron adelante Kirchner y su esposa.
En pocas palabras, que el transfuguismo de Urtubey es solo la punta del iceberg debajo de la cual se ocultan movimientos tanto o más inmorales de pseudodirigentes cuyo único compromiso con la política viene determinado por la puntualidad de su recibo de sueldo.