El culebrón del traspaso de los 'atributos del mando'

Uno de los indicadores más fiables para saber si estamos en presencia de una democracia consolidada y madura es la forma en que se realizan los traspasos de poderes entre gobiernos de diferente signo.

Cuanto mayor sea la cantidad de ceremonias y formalidades que preceden al hecho efectivo del cambio de gobierno menor es la calidad de esa democracia.

Ni qué decir cuando este tipo de actos se convierte en objeto de una disputa política, sea porque el gobernante saliente se niega a hacer lo que le corresponda, sea porque el que llega exige solemnidades alejadas de cualquier razón.

Hasta en democracias bananeras se han visto traspasos de mando más sencillos y menos conflictivos que el que se apresta a vivir la República Argentina en un par de días.

Quien tenga la culpa de semejante desastre, quien en definitiva sea responsable del lamentable espectáculo que la Argentina ofrece al mundo con estos interminables tironeos, es realmente lo de menos.

Si una señora que gobernó el país durante ocho años no logra ponerse de acuerdo con un señor que ganó inobjetablemente unas elecciones, no es porque nos falten las leyes adecuadas y nuestras costumbres constitucionales sean absurdas: es porque ninguno de los dos sirve para lo que se supone que deben servir.

Al nuevo presidente no debería preocuparle demasiado la forma simbólica en que recibe el poder. Lo que interesa, en todo caso, es la certificación de la justicia electoral en la que se diga claramente que es el ganador. No por no recibir de manos de la anterior un bastón o una banda será menos presidente y menos importante.

Pero también hay que razonar sobre lo absurdo de la propuesta de la presidente saliente de dejarle a su sucesor los atributos del mando en la Casa Rosada para que él los tome cuando le venga en gana. A la falta de tacto y de respeto se une la completa ignorancia del valor simbólico, para una democracia que lucha por adquirir firmeza y calidad, de una entrega transparente y sincera de unos elementos que -para qué vamos a engañarnos- solo sirven para la foto.

A la presidente que se va solo le faltó ofrecer realizar el traspaso de poderes mediante una llamada gratuita por Whatsapp.

La Argentina no necesita de más símbolos ni de más solemnidades. Lo que hace falta, en todo caso, son líderes responsables y políticos de calidad que sean capaces de dejar de lado la histeria o la prepotencia, cuando el interés general así lo demanda.