Guerra de codazos por presidir el peronismo conspirador

Si algo ha demostrado el peronismo en sus setenta años de existencia es su profunda incapacidad para ejercer la oposición política y para garantizar la gobernabilidad cuando no son sus hombres los llamados a dirigir las instituciones.

Cuando el peronismo pierde las elecciones (algo que se ha demostrado posible) sus principales dirigentes tienden una mano al ganador, pero esconden la otra tras la espalda, en donde por lo general ocultan un puñal.

El peronismo aparenta ser una fuerza democrática, sobre todo cuando los mecanismos de la democracia favorecen sus posiciones. Cuando esto no sucede, muestra su peor cara, como ya sucedió en 1958 con Frondizi, en 1963 con Illia, en 1985 con Alfonsín y en 2000 con De la Rúa. En todos los casos, salvo el de Alfonsín, el peronismo jugó un rol activo y decisivo en el derrocamiento del Presidente de la Nación.

Nada hace suponer que el peronismo haya aprendido la lección. Más bien parece todo lo contrario, si uno se fija en el calibre de los líderes que aspiran a dirigir al peronismo por su enésima travesía por el desierto (José Manuel de la Sota, Daniel Scioli, Juan Manuel Urtubey, Sergio Massa o Máximo Kirchner).

Excepto el último de los nombrados, todos los demás han demostrado que no es la renovación ni la democratización del peronismo lo que les interesa sino una «vuelta a las esencias», lo que todos sabemos qué significa.

La carrera por dirigir a esa vieja fuerza conspiradora disimulada bajo el rótulo de nuevo peronismo promete asimismo ser dura y larga. Los peronistas volverán a juntar sus propios fragmentos (la reagrupación forma parte del ADN del movimiento) y entre los optimistas y los desecantados armarán una fuerza que silenciosamente irá socavando los pilares de legitimación del nuevo gobierno, que, para peor, nace con el estigma de un mínimo porcentaje de votos de ventaja.

Aun así, los peronistas deberán decantarse por el pragmatismo acomodaticio de Scioli, por la ortodoxia nostálgica de De la Sota, por las promesas renovadoras de Massa, el árbol genealógico de Máximo o por la variante fascistoide que representa Urtubey. Un trabajo, sin dudas, arduo.

Pronto tendremos noticias de ellos. Cuando utilicen los sindicatos, cuando los especuladores del terrorismo económico se pongan de acuerdo para distorsionar los precios, elevar el tipo de cambio, rebajar los salarios y beneficiar a las oligarquías improductivas; cuando el ala religiosa del peronismo empiece a soliviantar conciencias en las sacristías, cuando se llenen las plazas y se movilicen las fuerzas vivas en contra del progreso general, sabremos que el peronismo conspirador ha vuelto a las andadas.

Es cuestión de sentarse y esperar.