
Lo primero que se me ha ocurrido es preguntarme si el Gobernador de la Provincia, que gobierna muchas cosas pero no la historia, considera que nuestro prócer por antonomasia -el que verdaderamente merece ocupar el lugar más destacado en nuestra modesta historia- está «underrated», como podría estarlo una vedette, un jugador de fútbol o un cantante de tangos que no disfrutaran del favor de los medios masivos de comunicación.
En segundo lugar me he preguntado quién es el que debe «hacer mucho» para que Güemes ocupe en la escena nacional el lugar que desde hace doscientos años se le viene negando.
Güemes seguro que no es. No solo porque el hombre falleció hace ya mucho tiempo y ya no puede hacer nada, sino porque hizo mucho; seguramente mucho más de lo que podríamos hacer cualquiera de nosotros -incluido el actual Gobernador- para que la tierra que nos ha visto nacer crezca en libertad y con justicia.
Pero mientras me formulaba esta última pregunta pensaba si lo que realmente quiso decir el Gobernador es que Güemes debió hacer todavía más de lo que hizo o hacerlo mejor. Tal vez nuestro Gobernador piense que al héroe gaucho le ha faltado un punto de gloria, una Copa del Mundo, una gran batalla, para ganarse el derecho a codearse con los grandes próceres del país.
De lo que estoy seguro es que si alguien debe hacer algo para que Güemes logre lo que no logró en vida y después de 200 años desde su muerte, ese alguien no es el Gobernador de Salta, porque entre sus deberes constitucionales no figura el de ejercer como gerente de marketing «posicionador» de próceres preteridos por la historia.
Tengo la impresión de que Güemes es tan grande que no necesita de padrinazgos salvadores, de gobernadores providenciales que reivindiquen su figura o de senadores nacionales insistentes que sancionen leyes obligando a imponer su nombre en estampillas y papelería oficial.
Pienso -y ya lo he dicho más de una vez- que en la medida en que se profundice esta güemesmanía impuesta por el gobierno (o «wemyssmania», si lo prefieren en inglés) nuestro General Gaucho se irá haciendo cada vez más pequeño, sin remedio, hasta conseguir convertirse en un personaje odioso, como cualquier otro producto que el poder político intenta imponer por la fuerza a una sociedad libre.
Como pienso también que la democracia es, antes que cualquier otra cosa, un ejercicio de modestia, es que pienso que el Gobernador debe dedicarse a liderar causas más razonables y, sobre todo, más realizables, más al alcance de sus posibilidades.
Defiendo, pues, que al General se lo deje tranquilo y que en vez de andar peleándonos con los que se empeñan en ignorarlo, nos compadezcamos con una sonrisa de aquellos que no lo quieren y que nos burlemos, como solo nosotros sabemos hacerlo, de los que lo consideran un caudillo revoltoso, un jefe de irregulares o un militar de tono menor cuya tropa estaba integrada por gauchos medio ignorantes.
Güemes ha dado ya todo lo que podía dar, incluido su ejemplo, que afortunadamente pervive. No es un héroe perezoso sobre el que tenemos que cargar la culpa de no haber sabido ser más grande de lo que fue, como sugiere el absurdo comentario del Gobernador.
Desde luego, por mucho que me ponga yo desde aquí a patalear y gritar que Güemes es grande y glorioso, no conseguiré que lo sea aún más. Mi pequeñez y mi insignificancia harían que mi voz se perdiese entre los cerros y que nadie la escuchase.
Me temo que algo parecido sucederá con los intentos del Gobernador de Salta, que tiene una voz mucho menos potente que la mía, os lo puedo asegurar.
El Gobernador fracasará en este empeño, pues si no ha tenido éxito en su tarea de hacer que los salteños progresen en igualdad y justicia, fracasará también en su intento de poner a Güemes en un lugar en el que, en realidad, todo el mundo sabe, le gustaría estar a él.