Argentina respira

El mismo día en que la Argentina elegía a su nuevo presidente, se celebraban elecciones en otros países como Guatemala, Polonia y Costa de Marfil.

Aunque a algunos lectores les pueda sonar un poco extraño, mi interés estuvo centrado en el país africano, cuyos ciudadanos estaban convocados a elegir a su presidente, por primera vez después de una larga década de crisis política que culminó con la guerra civil de 2011.

De todo esto me entero gracias a Le Journal Afrique, un completísimo programa de noticias que emite diariamente la cadena francesa TV5 Monde, del que soy un espectador fiel y que cada noche presenta una estupenda señora pelirroja que se llama Linda Giguère.

A decir verdad, no me llamaban mucho la atención ni las piruetas del comediante guatemalteco ni el ascenso anunciado de los euroescépticos polacos, a los que no hace falta rascar mucho para descubrir debajo del cartón de la careta a unos ultras fascistoides que representan la cara visible del nacionalismo religioso más numeroso de la Europa unida.

En el mismo plano de desinterés cívico e informativo coloqué inconscientemente a las elecciones argentinas que, por suerte ya (y para disgusto de algunos), poco y nada influyen en mi vida y en la de las personas que más quiero.

Desde el punto de vista de la curiosidad electoral o la inquietud democrática, anoche era más importante saber si el presidente Alassane Ouattara conseguiría su segundo mandato, que enterarme si el voto de los argentinos favorecía al peronista Macri, al peronista Scioli o al peronista Massa.

Creo que, más que inconsciente, la mía fue una indiferencia calculada o, mejor dicho, programada. De lo que estoy seguro es que no fue en modo alguno desdeñosa.

Desde hace tiempo, aquello que provoca la euforia de antiguos (y malos) amigos, así como de antiguos (y malos) parientes, no me inquieta en lo más mínimo. Respeto a quienes se entusiasman con cosas y sucesos que no merecen la pena, aunque admito que cada vez comprendo más a los sabios escépticos que adaptaron aquella famosa frase que el presidente Cánovas del Castillo dedicó a los españoles: «Son argentinos los que no pueden ser otra cosa».

Pero como en el mundo en que vivimos es casi imposible no enterarse de lo que pasa, al final terminé enterándome del resultado electoral, casi al mismo tiempo que de la derrota de Los Pumas.

Sucede que todas las mañanas, muy temprano, para saber cómo está el tráfico y el pronóstico del tiempo, me dedico a escuchar el programa Las Mañanas de Radio Nacional de España, que conduce el periodista Alfredo Menéndez. Hoy, sin embargo, la radio no hablaba de los habituales atascos en la M-40 a la altura de los túneles de El Pardo o entre Vallecas y Coslada, ni de la bajada de las temperaturas en las montañas de Palencia.

En vez de las amables voces que todos los días me informan de estos sucesos, escuché la voz ahogada y desfalleciente de un hombre inseguro que, si en ese momento me preguntaban quién era, hubiera jurado que era el mismísimo Lázaro, unos minutos después de que Jesucristo descorriera la piedra de su sepulcro y le dijera aquello de «levántate y anda».

Era Scioli, a quien no había escuchado hablar en mi vida. Al escucharlo, experimenté la misma sensación que seguramente debió haber experimentado Marty McFly cuando el De Lorean lo llevó de 1985 a 1955 para conocer a sus futuros padres. El túnel del tiempo me trajo al presente las sombras más siniestras y tenebrosas del pasado.

Poco después sonó la voz de Macri, que no mejoró mucho las cosas y en todo caso hizo que esa estremecedora sensación del ayer que vuelve, o del muerto que revive con dificultad, fuese, si cabe, aún más intensa.

Los malos amigos y los peores parientes estarán por estas horas -imagino- partiéndose los metacarpianos meta aplaudir a uno o a otro. No los envidio. Durante los próximos cuatro años, esa «sociedad enferma», como bien la calificó un prestigioso tertuliano argentino esta mañana, estará regida por un «empresario exitoso» disfrazado de incorruptible patriota.

Aunque el resultado de las elecciones no da para echar las campanas al vuelo en ningún sentido (es decir, ni para anunciar rotundos finales de ciclo, nuevas décadas mesiánicas, clamorosas jubilaciones anticipadas o grandes y venturosas transformaciones), al menos ese pobre país, el de las libertades perdidas, el del futuro enajenado y el de la sociedad enferma, hoy parece respirar un poco. Tal vez sea solo eso lo que quería.

Y si así ocurrió, no voy a ser yo precisamente el que lamente que haya entrado un poco de aire. Espero que lo disfruten, aunque sea un solo día.

Ahora, si me lo permiten, vuelvo a Costa de Marfil.