
Nadie se olvida en Salta que el hermano del Gobernador -un desconocido en toda regla- pudo acceder a un mínimo de conocimiento popular, no antes de ser exhibido como una atracción de feria en cada pueblo la Provincia. La campaña que permitió a Rodolfo Urtubey hijo convertirse en senador nacional por Salta resultó (para el candidato y su partido) una bicoca.
Pero no para los salteños, que son los que pagan los fastos del gobierno y que soportan con impávida mansedumbre la utilización partidista y facciosa de los recursos que son de todos, sin que nadie hasta el momento haya rendido cuentas de estos abusos.
Ya no se trata de una cuestión económica o de transparencia y equidad de la competencia electoral. Es una cuestión de decoro personal.
Pasearse por los actos oficiales para que la gente los vea, sin gastar un centavo en hacer la campaña como prescriben las leyes, está bien para candidatos de la talla de Pablo Kosiner o de Javier David, pero no para un señor político como el exgobernador Hernán Cornejo.
A sus setenta y pocos años -y después de aquella infortunada torcedura de pata en París, que todavía recuerda con dolor- al contador Cornejo y a su imagen como hombre público no le hace un especial favor andar de pueblo en pueblo y de acto en acto, chupando cámaras y focos como si recién ayer se hubiera iniciado en la política.
Es más; debería ser él el primero en denunciar esta práctica viciosa, ideada por gente de extrema pequeñez que ni siquiera había nacido cuando él ya era una figura de renombre en la escena política local. Es raro que un exgobernador, hijo de político, sobrino y nieto de gobernadores, caiga en esta trampa perversa.
A Hernán Cornejo le sería suficiente con organizar un par de charlas en un local céntrico y darse una vuelta por los barrios, pagándose él todos los gastos. Salvo hecatombe, su sillón en el Parlasur está asegurado. Él lo sabe y sabe que no necesita prestarse alegremente a estos aspavientos calculados ni comprometer inútilmente su buena imagen en operaciones de este calado moral, que solo sirven para dejar al descubierto el descaro y la poca vergüenza de quienes las organizan.