Los delirios fantásticos del localismo salteño

El salteño medio piensa que si Urtubey consigue hacerse un hueco en el próximo gobierno nacional o, incluso, que si la rueda de la fortuna lo bendice y lo aúpa a la más alta magistratura del país, la Provincia de Salta vivirá entonces un éxtasis de esplendor nunca antes conocido y la prosperidad se derramará por nuestros cerros como maná caído del cielo.

Pocos reparan, sin embargo, en que Urtubey (o cualquier otro) jamás podrá lograr semejante cosa sin cometer, al mismo tiempo, una tremenda e imperdonable injusticia con otros territorios del país que se encuentran tanto o más atrasados que Salta.

Los sueños «federalistas» de los salteños que piensan de este modo no se basan en la defensa de la autonomía provincial, en el equilibrio territorial y en la igualdad irrestricta de todos los argentinos. Al contrario, se traducen en una apuesta irracional y paranoide por el centralismo de toda la vida y en una confianza ciega en que, con Urtubey al comando de la nave, el puerto pérfido dirigirá, por fin, su mirada a Salta.

Pero la parafrenia de los salteños no se detiene aquí, por supuesto.

A una gran mayoría le gustaría ver a Urtubey en las más altas esferas nacionales. Es cierto. Pero con el mismo ímpetu localista del hincha de Juventud Antoniana al que le gustaría que Pepe Muratore fuese presidente de la FIFA en lugar de Blatter; del festivalero al que le encantaría que el Chaqueño Palavecino fuese director de la Scala de Milán; del gaucho fanático que preferiría que la efigie de Güemes luciera en los billetes de 100 dólares en lugar de ese afeminado de Benjamin Franklin; del cancerbero de nuestras mejores tradiciones bicentenario, que le gustaría ver al profesor Cáseres como director ejecutivo de la UNESCO y al comisario Lami al frente de la Interpol.

Si alguna vez ocurriesen milagros similares a estos, en nada mejoraría la situación periférica y marginal de Salta en el contexto mundial. Incluso tendería a empeorar.

Los que apostaban ciegamente a que la designación de un cardenal argentino como Papa iba a traer beneficios extraordinarios a la iglesia católica argentina se han llevado la desilusión de su vida, por suerte para una mayoría sensata de católicos que piensan que el Papa se debe a todos y que su ministerio es universal.

¿Por qué iba a ocurrir algo diferente con Urtubey? Si los políticos que llegan a los cargos más altos se encargaran de hacer prosperar las ciudades o los barrios en que han crecido, descuidando otros territorios, nadie los votaría.

El localismo exacerbado y fantasioso es la negación misma de la unidad y de la cohesión nacional. Si Urtubey llega a donde se propone, lo mejor que podría hacer es dedicarse a las cosas más grandes e importantes y no prestarse alegremente a ser rehén de los salteños más primitivos, de estos «amantes del terruño» que lo único que pueden exhibir al mundo es su incurable complejo de inferioridad.