
Cuando el Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, lo utilizó recientemente para dar a conocer, por primera vez en ocho años de gobierno, que la situación de la pobreza extrema en su Provincia es realmente preocupante, no imaginó que un par de semanas después el mismo verbo, con sus mismas escatológicas resonancias, iba a ser utilizado en su contra, para descalificarlo y para denunciar una actitud vil y presuntamente traidora.
Quien hizo uso de este donaire festivo ha sido esa vibrante defensora de la lengua (que no de la Lengua) y de las buenas maneras cívicas, señora Hebe de Bonafini, quien a partir de ayer es conocida en ciertos corrillos de Salta por el mote popular de Hebe de Bonacaca.
La lideresa de las Madres de Plaza de Mayo (o de un sector algo radicalizado de ellas) parece que no quiere ver a Urtubey ni en pintura, que sabe de dónde viene el Gobernador de Salta y, lo que es peor, a dónde va.
Hebe, al igual que Carlotto (otra «madre» de lengua afilada, solo que en versión menos zafia), ya han dado por cerrada su lista de «sapos» para tragar. Y Urtubey no entra en ella.
Urtubey no debe ni puede ser el Canciller de Scioli, ha dicho la señora Bonafini, la misma que dio su apoyo a los asesinos de la banda terrorista ETA y la misma, por cierto, que se abraza en seminarios de Derechos Humanos con el kirchnerista juez español Baltasar Garzón, que combatió a aquella banda y que contribuyó decisivamente a su desarticulación.
Bonafini no tendría por qué quejarse, ya que Urtubey, como Garzón, pueden hacer y decir cosas bien diferentes según de qué lado del Atlántico se sitúen. Es decir, puede defender, de puertas adentro, las políticas bárbaras de degüello masivo a opositores abanderadas por Bonafini, y convertirse, de puertas afuera, en un sólido aliado de los fondos buitres, del capital financiero internacional y de sus «ñaños» ideológicos, Marine Le Pen y Donand Trump.
Si las contradicciones de Garzón no indignan a Bonafini, no tendrían por qué alarmarle las de Urtubey.