
La supuesta agresión a los peregrinos ha sido presentada por los medios de comunicación como un caso (más bien extraño) de intolerancia religiosa, un fenómeno realmente inusual en el seno de una sociedad que ha conseguido como ninguna otra de su entorno un maridaje perfecto entre la devoción al Señor del Milagro y a la Pachamama.
Pero nadie -o, para mejor decir, pocos- han visto en el rociado de peregrinos un caso de intolerancia política o ideológica. Según declaraciones del agresor a un diario de esta Provincia, la intempestiva reacción no fue motivada por las creencias de los peregrinos sino por sus cánticos de apoyo al gobierno y a su candidato a Presidente. ¿Por qué pensar entonces que el presunto agresor actuó solamente movido por el rechazo a las creencias religiosas de los peregrinos?
La distinción entre unas motivaciones y otras es difícil porque el gobierno de Urtubey -una teocracia de baja intensidad- vive mezclando las cuestiones religiosas con las civiles; es decir, con las que incumben a todos los ciudadanos con independencia de sus creencias religiosas.
Todo en Salta está atravesado por la religión, incluida la vacunación y castración de perros que realiza periódicamente la Municipalidad y que habitualmente concluye con una solemne bendición de canes a cargo del capellán de Tránsito.
Por eso, no son de extrañar los nauseosos elogios que esta semana el médico Abel Albino dedicó al Gobernador de la Provincia y a algunos de sus funcionarios. Loas desmedidas que muchos interpretaron como un respaldo político (Albino, que se sepa, no se dedica a la política) cuando en realidad se trató nada más que de un elogio cariñoso de los que suelen prodigarse, de vez en cuando, aquellos que pertenecen a la misma secta o a la misma fraternidad.
Pero como todo está confundido en Salta, las bendiciones religiosas despiertan recelos políticos y viceversa. Es decir, que si el doctor Albino no hubiese pronunciado su discurso en un recinto cerrado, rodeado de altos especialistas y de incondicionales a sueldo del régimen, y lo hubiera hecho en cambio a cielo abierto, debajo de un balcón de los monoblocks de la Terminal de Ómnibus, esta es la hora en que los salteños estaríamos pidiéndole disculpas al insigne médico mendocino por haberlo confundido con un peregrino fanatizado y por haberlo rociado con agua hirviendo.
Los excesos de la religión en la política y los de la política en la religión generan incomprensión y mueven a la intolerancia. Los elogios desmesurados, las alabanzas interesadas y las bendiciones no merecidas conducen a resultados similares. Los salteños, cualquiera sea su estado mental y sanitario, ya no están tan dispuestos como antaño a tolerar que los sabios foráneos vengan a descubrirnos las bondades de nuestros líderes y de sus políticas, sobre todo cuando los que estamos aquí llevamos décadas intentando descubrirles alguna, sin éxito.