Los asiduos residuos del triduo: A 60 años de la Revolución Libertadora

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Hace 60 años, tal día como hoy, los militares desalojaban del poder a Juan Domingo Perón, quien gobernaba el país desde el 4 de junio de 1946. El enfrentamiento de Perón con la jerarquía de la Iglesia fue el detonante para que un grupo de militares católicos, encabezados por el general Eduardo Lonardi, diera el golpe e iniciara el breve periodo histórico conocido como Revolución Libertadora.

Quince días antes, el entonces Gobernador de Salta, Ricardo Joaquín Durand, había sido convocado de urgencia a Buenos Aires por el flamante Ministro del Interior del gobierno de Perón, Oscar Albrieu. El gobierno nacional, que ya había suspendido el tradicional tedeum del 25 de mayo de aquel año, quería que el gobernador salteño prohibiese también la Procesión del Milagro. Durand, con buen criterio, se negó a hacerlo y las imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro recorrieron las calles de Salta, como todos los años, pero esta vez en un clima enrarecido por la conspiración.

Aquel año -recuerda un escritor salteño- el primer Arzobispo de Salta, Roberto J. Tavella, ordenó entronizar las Sagradas Imágenes antes de las fechas tradicionales, una medida que solo había sido adoptada antes en caso de sismos. Tavella, que intentaba rebajar la tensión del conflicto y que esperó varios días en vano a que Perón lo recibiera en su despacho, convocó al pueblo de Salta a una novena «para implorar a Dios la suspirada paz y el triunfo del Evangelio».

Sesenta años después, las procesiones del Milagro siguen siendo tan «políticas» como antaño. Si no hay golpes de Estado, destituciones fulminantes y tanquetas ocupando los edificios públicos no es porque hayamos hecho un curso acelerado de democracia y tolerancia sino más bien porque el autoritarismo liberticida, tan vivo entonces como ahora, ya no necesita de los golpes militares para alcanzar sus objetivos.

Los triduos y las bendiciones pontificales siguen siendo tan elitistas como antaño. Lo demuestran los índices de consumo de incienso, que son mucho más altos durante los días 12, 13 y 14 que en los días anteriores, ya que desde hace muchos Milagros rige la consigna de que cuando el Arzobispo celebra misa para las altas autoridades, el templo no debe «oler a peregrino» y debe estar limpio como una patena.

Las procesiones siguen dibujando sobre el pavimento la rigurosa estratificación social de Salta. La aristocracia, el clero, los gauchos y el poder marchan separados entre sí y todos a su vez distantes del pueblo llano. Igual o peor que en 1955.

Solo el Señor y la Virgen del Milagro conservan su prestancia y su prestigio intactos. Urtubey no es Ricardo Durand y Cargnello no es Tavella. Los tiempos son diferentes y los líderes son menos enjundiosos e influyentes.

Hasta qué punto habrán cambiado las cosas en 60 años, que tal día como hoy de 1955 la gente solo hablaba de la caída de Perón. Algunos -futuros peronistas- deseando que el almirante Rojas hundiera la Cañonera Paraguay y acabara con la vida del «tirano prófugo»; otros, rezando por la incolumidad del líder depuesto.

Hoy, 16 de septiembre, pero de 2015, el héroe civil de los salteños es el ministro Roberto Dib Ashur. Su mérito, haber auxiliado a una periodista que sufrió un desvanecimiento a causa de las altas temperaturas que se registraron ayer. El espontáneo gesto del ministro, aplaudido mercedidamente por toda la sociedad, ha llevado a muchos salteños a preguntarse si este no será el hombre que el gobierno necesita para el Ministerio de Derechos Humanos.

Los asiduos residuos del triduo -la resaca del Milagro- nos dejan este año pocas estampas para el recuerdo. Quizá las únicas memorables sean la del ministro Dib Ashur sosteniendo en sus brazos, cual Piedad de Miguel Ángel, el frágil cuerpo de la periodista Cristal Pardo, y la de un vecino de los monoblocks de la Terminal, insatisfecho con la vida, arrojando agua caliente a los peregrinos de Metán en señal de protesta por sus cánticos a favor de Scioli y el gobierno.