Votos a cambio de comida: el discreto encanto de una democracia agonizante

Admitir que se entregan bolsas de comida a los electores a cambio de su voto no es tan grave como justificarlo.

Al hacerlo, el Jefe de Gabinete del gobierno nacional y candidato a Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, señor Aníbal Fernández, ha colocado a la democracia argentina en el escalón ético más bajo hasta ahora conocido.

Un país en donde los políticos admiten con normalidad y sin escandalizarse la existencia de las peores prácticas clientelares es un país sin futuro. Al menos, sin futuro democrático.

Durante los últimos años, la Argentina ha venido alardeando de una modernidad avasallante y de unas mejoras en sus procedimientos democráticos que harían enrojecer de vergüenza a las democracias más consolidadas del mundo.

La realidad, sin embargo, es bien distinta. El gobierno ya no tiene empacho en admitir que la pobreza constituye la base de su potencia electoral y en pegonar que «es muy bueno» para nuestra democracia que el voto pobre -manipulable, por definición- sea recompensado con estímulos y prebendas que cuestan poquísimo a las arcas del Estado.

La degradación moral de la democracia argentina ha alcanzado un punto sin retorno. Ni la esperanza del triunfo de la oposición en las próximas elecciones o, incluso, de un cambio régimen, permiten augurar un futuro venturoso para un sistema político que deberá reinventarse de nuevo y replantearse profundamente sus fundamentos, si no quiere acabar haciendo imposible la convivencia pacífica entre los argentinos.