¿Por qué debe dimitir Marianela Cansino y no Roberto Dib Ashur?

Hecho 1: Un chófer del Ministerio de Derechos Humanos del gobierno de Salta deja encerrada a una prostituta dentro de un vehículo oficial y se niega a pagarle 400 pesos por los favores recibidos. El mundo estalla; interviene Estela de Carlotto, opinan dos diputados nacionales y se exige, casi de forma unánime, la dimisión de la Ministra de Derechos Humanos, Marianela Cansino.

Hecho 2: Un ordenanza aborigen (representante ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas de la Comunidad Tapieté) que presta servicios en una escuela pública de Tartagal, dependiente del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología del gobierno de Salta, agrede a golpes de puño a la directora de la escuela y amenaza de muerte a sus hijos. El mundo calla. Los indigenistas guardan silencio, incluida Estela de Carlotto. Los diputados nacionales miran para otro lado y nadie pide la renuncia del Ministro de Educación, Roberto Dib Ashur.

Es cierto que los dos hechos tienen poco en común, pero al menos tres elementos son idénticos: 1) quien transgrede las normas es un hombre; 2) este hombre trabaja para el gobierno (aunque ocupe el escalón más bajo de la estructura administrativa) y 3) hay una mujer víctima de violencia.

¿Por qué en un caso se exige la dimisión de la ministra Cansino y en el otro no se exige la misma actitud de parte del ministro Dib Ashur?

La respuesta es muy sencilla: por machismo.

En los papeles, Roberto Dib Ashur tiene toda la pinta de que puede resistir mejor una operación mediática de acoso y derribo. Meterse con él es arriesgado. Tiene carácter, le apoya la corporación de los contadores en pleno, dirige un ministerio con enorme poder y presupuesto monstruoso. Y lo más decisivo: es hombre y puede, llegado el caso, reaccionar como tal frente a la mentira y a la manipulación.

Marianela Cansino aparenta fragilidad; tiene en su contra el escaso peso de la cartera que dirige y -aunque parezca increíble- su pasado (y quizá también su futuro) como maquilladora profesional. Su condición de mujer hace que sus actuaciones públicas sean escudriñadas cuidadosamente -casi diseccionadas- por aquellos que piensan que una mujer, por el solo hecho de serlo, no está suficientemente preparada para una responsabilidad de rango ministerial. Tiene en contra también que los medios se refieren a ella simplemente como "Marianela", como el título de la novela de Pérez Galdós, sin apellido, como para que quede bien claro que las mujeres que se desempeñan en el espacio público son más un objeto para mirar que un sujeto que actúa.

Ninguno de los dos

La verdad es que ninguno de los dos, ni Cansino ni Dib Ashur, debería asumir responsabilidades políticas tan graves como la dimisión del cargo a consecuencia de la conducta irresponsable de un chofer de camioneta y de un ordenanza de escuela.

Sería conveniente recordar que, en cientos de casos -algunos de ellos muy graves- los sucesivos ministros de Seguridad se han negado a dimitir cuando los policías bajo su mando han cometido barbaridades. Solo por poner un ejemplo: no renunció Pablo Kosiner al cargo de Ministro de Seguridad (aun siendo ya candidato a Diputado Nacional) cuando sus policías no dejaron error por cometer en relación al hallazgo de los cadáveres de las turistas francesas asesinadas en julio de 2011.

Pero estos hechos (los protagonizados por el ordenanza y el chófer) son muy diferentes, pues la lesión a las libertades públicas y los derechos fundamentales ha sido mínima.

Especialmente no debería dimitir Marianela Cansino, porque el hecho de que su cargo despierte escasas simpatías no es culpa de ella, sino del Gobernador de la Provincia, que se ha inventado un ministerio inútil, que prácticamente no existe con tal rango en ningún lugar civilizado del mundo.

Y no debería dimitir Marianela Cansino porque a pesar de que su cometido en el gobierno es el de santificar la demagogia y el clientelismo, ha tenido un acierto notable, que todos los salteños debemos reconocer: a fuerza de glamour y de buena educación, ha desideologizado un ministerio que su antecesora en el cargo -una mujer envenenada, cegada por la venganza ideológica retrospectiva- había convertido en una sucursal aldeana de la formidable usina de odio instalada con éxito por el gobierno nacional y sus grupos más radicalizados.