Votar para no elegir nada

  • Pocas situaciones debe de haber tan frustrantes para el sentimiento cívico y tan destructivas de la idea común de democracia como el hecho de una convocatoria a las urnas para no adoptar ninguna decisión importante.
  • Una jornada inútil

Las elecciones primarias en la Argentina se han desfigurado de una manera peligrosa, hasta el punto que ya no son ni decisivas ni importantes.


Pensadas originalmente para favorecer el sistema de partidos mediante un estímulo adicional a su vida democrática interna, las PASO han conseguido casi el exacto contrario; es decir, inutilizar el sistema de partidos hasta colocarlo al borde de su extinción total y anular la vida interna de los partidos al permitir que los disidentes puedan buscarse tranquilamente la vida fuera de ellos.

La razón por la que una práctica inútil como esta motiva un cierto entusiasmo cívico no debe buscarse en la vida interna de los partidos -que, como hemos dicho, es casi inexistente- sino en la prédica muchas veces falaz de candidatos y fracciones que aspiran a llevar el enfrentamiento y el encono hasta los rincones más minúsculos y tratan de convencer al soberano que son estas unas elecciones «que no se pueden perder por nada del mundo».

Después de la larga noche electoral, no habrá vencedores claros ni rotundos derrotados. Casi todo seguirá igual, incluido el ánimo de unos contra otros, que permanecerá inalterable cualquiera sea el resultado electoral y que no tardará sino pocas horas en reavivarse como una gran llama dormida, porque todavía queda por delante la cita electoral verdadera, la que decide en realidad quién gobierna y quién asume la responsabilidad de ejercer la oposición.

Por eso, entre otras razones, desfogarse en una PASO carece de cualquier sentido práctico. Ni siquiera es ético gastar fortunas (generalmente construidas con dinero opaco) para agitar las pasiones de cara a una votación tan poco decisiva como la que va a tener lugar hoy.

Como suele suceder en trampas como estas, quienes recogen enormes beneficios de la confusión son los que se apuntan a la competencia y quienes sufren los corrosivos efectos de la mentira y manipulación son los ciudadanos llamados a votar, huérfanos de cualquier protección por parte de los poderes públicos.

Una mayoría desinformada les hace el juego a los manipuladores. Son los que muerden el anzuelo creyendo que en las PASO la ciudadanía expresa de antemano unas determinadas preferencias y escoge entre dos extremos duros, que ni son extremos ni son duros como ellos mismos pretenden que creamos. El carácter obligatorio e virtualmente inexcusable de estas elecciones hace que la abstención no sea -como lo es en otros países- la vara de medir de la indiferencia ciudadana.

Votar para no elegir nada no tiene más valor que el de un partido amistoso, con la sola diferencia que las elecciones que no conducen a nada se juegan con los dientes apretados, con la pierna firme y con árbitros de fiabilidad más que dudosa.

Esta noche, cuando concluya el recuento, de alguna manera todos -excepto los ciudadanos- habrá tocado el cielo con las manos. Pero ninguno de los problemas que nos acechan se resolverá. No se despejarán las incógnitas que ensombrecen la gobernabilidad del país y no faltará quien proclame que los resultados, cualesquiera que ellos sean, deben leerse como la atribución de la razón moral al que más votos ha obtenido.

Valorar como decisivo algo que ni remotamente lo es ni han sido pensado para que lo sea es la mejor forma de equivocar el camino y de retardar el hallazgo de las soluciones. La responsabilidad de los dirigentes políticos y candidatos es muy clara en este sentido. Corresponde ahora valorar qué responsabilidad tiene el ciudadano común en nuestro camino al desastre cuando, por debilidad o por falta de formación, se deja abrasar por las pasiones electorales y asume de antemano que una cita tan banal como la de hoy es un momento único y trascendente en su vida.