Gauchos, república y privilegios

  • La historia es un muestrario tan infalible como preciso de antiguas causas nobles desvirtuadas por las nuevas generaciones y de héroes gloriosos que, más tarde y sin que nadie se lo pida, adoptan los comportamientos y actitudes propias de sus enemigos villanos.
  • Editorial

El caso de los llamados «gauchos de Güemes» en Salta es muy particular, puesto que -según la historia oficial- fueron ellos los que lucharon hace doscientos años para dar vida a la república que hoy conocemos.


Curioso es, por tanto, que quienes se presentan a la sociedad como descendientes directos de aquellos aguerridos y convencidos enemigos de la desigualdad se conviertan ahora en adalides de los mismos privilegios que sus supuestos ancestros intentaron abolir mediante las luchas que consolidaron la unidad de nuestro país.

Los gauchos de antaño, a los que por alguna razón veneramos, pusieron todo de sí para que los que habitamos la tierra viviésemos asociados bajo una ley común. El estandarte de libertad que portaban representaba, entre otras cosas, la reivindicación del estatuto del ciudadano, entendido como una relación de igualdad y universalidad en la que el privilegio se encuentra excluido, porque -como decía el abate SIÉYÈS- «representa un imperium in imperio necesariamente exterior al orden político».

Desde hace quién sabe cuánto, los «gauchos de Güemes» reclaman un estatus especial en la sociedad de la que forman parte. Presionan sobre los poderes públicos para que estos les dispensen del cumplimiento de la ley común o les conceda derechos exclusivos no prohibidos por la ley; pero solo en atención a su calidad de «gauchos». Es decir, no por una cuestión de clase, de ideología o de posición en el entramado productivo, sino simplemente por la ropa que visten.

A cualquiera que tuviese la osadía de discutir sus privilegios le dirán: «¡Pero usted no sabe la historia que tengo yo detrás!».

Sin embargo, aunque un gaucho aislado o todos ellos juntos lograran demostrar con partidas de nacimiento que son descendientes directos del Cid Campeador o del mismísimo Alejandro Magno, en esta república que nos hemos dado para vivir -aun con su precariedad y sus inconsecuencias- la cuna no confiere un plus de derechos a nadie. Para bien o para mal, aquí somos todos iguales, en derechos y obligaciones, y ninguna persona ni ningún grupo puede arrogarse el derecho de vivir o subsistir a costillas de los demás, porque eso justamente es lo que la república no es, pues destruye la convivencia.

El costumbrismo le ha hecho mucho daño a Salta, porque le ha impedido progresar y a una mayoría de salteños les ha cerrado las puertas del futuro y de la modernidad.

Pero mucho más grave que esto es que algunas de estas calculadas manifestaciones de atraso sean subvencionadas generosamente por el Estado con recursos que son de todos los salteños y que deben ser destinados a atender necesidades de carácter general. Es legítimo, por tanton, que la sociedad se cuestione la conveniencia de gastar dinero público en desfiles y comilonas que no reportan ningún beneficio conocido al conjunto social y que, en circunstancias especiales como las que vivimos, constituyen un despropósito y una afrenta al sentido común.

Es que da igual que los gauchos sean -como lo son- ultraconservadores o que sean ultraprogresistas. No es un problema de ideología sino de igualdad, pues la esencia de aquella república por la que los antiguos gauchos pelearon hasta morir no toleraba entonces, como no tolera ahora, la existencia de «superciudadanos» con derechos exorbitantes y privilegios irritantes.