Amistad social e intolerancia

Las celebraciones religiosas en honor a Santa Rosa de Lima, patrona de la ciudad de General Güemes, han sido ocasión propicia para que el Arzobispo de Salta volviera a señalar al compromiso y a la «amistad social», como el camino para «cambiar nuestra Argentina y tener una patria nueva y distinta».

Si bien el prelado lleva algún tiempo insistiendo en esta idea -que no es suya, propiamente, sino de la Comisión Episcopal de Pastoral Social- ni él ni la Iglesia se han preocupado mucho por explicar, de forma clara y determinada, sus bases teóricas o doctrinales.

Es de suponer que cuando el Arzobispo habla de «amistad social» no lo hace en el sentido amplio de las interacciones estudiadas a fondo por el antropólogo John TOOBY y la psicóloga evolucionista Leda COSMIDES ("Cognitive adaptations for social exchange," en Barkow, J., Cosmides, L. y Tooby, J. - 1992).

Tampoco parece posible que el camino para alcanzar el objetivo de una patria nueva y distinta consista en multiplicar las solicitudes (y aceptaciones) de amistad en Facebook, la red «social» por excelencia.

Casi por exclusión, el concepto de «amistad social» agitado desde la Iglesia parece estar referido, de forma exclusiva, a la llamada «cuestión social», pero tal y como la entiende la Iglesia (es decir, referida al antagonismo entre clases sociales), y no precisamente como postulan los sociólogos franceses, que con esta expresión aluden a un cuestionamiento crítico de las raíces profundas de la convivencia o a la aporía fundamental a través de la cual una sociedad determinada experimenta el misterio de su cohesión y trata de evitar el riesgo de su ruptura (Robert CASTEL).

En otras palabras, que la «amistad social», en cuyo poder beatífico y creador confía el Arzobispo de Salta, no parece ser sino una traducción moderna, ingeniosa y cercana, de algunos de los más viejos principios (no necesariamente lo más importantes) de la doctrina social de la Iglesia, que, como es sabido, niega de plano la lucha de clases, aboga por la armonía, la convivencia y el diálogo entre patronos y obreros, y exhorta a los primeros a mitigar la miseria de los segundos.

Desde este punto de vista, parece ser el crecimiento de la «amistad social» (una idea que combate, por igual, el egoísmo de la clase dominante y el impulso reformista de las clases desfavorecidas) el único remedio posible para patologías disgregadoras como la pobreza, la desigualdad, la marginación o exclusión social.

Seguramente no escapa al elevado criterio del señor Arzobispo de Salta que el buen cultivo de la «amistad social» depende, entre otros factores, de la aptitud que demuestren los futuros amigos a la hora de arriar las banderas de su propia ideología y, especialmente, de la existencia de un clima propicio para el diálogo y el entendimiento entre diferentes.

Sobre lo primero, nada puede hacer la Iglesia, pero sí -y mucho- sobre lo segundo.

De nada vale predicar la «amistad social» para que los pobres se entiendan con los ricos y crezca entre ellos el amor allí donde por lo general solo hay desconfianza, si al mismo tiempo la Iglesia, a través de sus principales portavoces, emite cada vez mayores señales de intolerancia y rechazo hacia los nuevos movimientos sociales y se muestra cada vez más beligerante en la defensa de antiguos privilegios o de artículos doctrinales que una enorme mayoría de católicos pide a gritos revisar.

La tarea de crear un clima propicio para el crecimiento de la «amistad social» no es solo responsabilidad del gobierno y de los agentes sociales; antes al contrario, debe involucrar también a la Iglesia, a su base y a su jerarquía. A estos les corresponde tender puentes hacia un entramado social cada vez más plural y diverso, en vez de situarse fuera de la sociedad, por encima de ella y planeando sobre sus problemas o haciendo causa común con los gobiernos, que por muy mayoritarios y democráticos que sean, siempren representan a una parcialidad.

Aunque parezca demasiado simple, el cultivo de la amistad -a diferencia de la bondad, que se puede alcanzar dentro de uno mismo- requiere extender la mano hacia el otro, hacia el diferente, hacia el que piensa, siente y obra distinto. En una palabra: que la amistad requiere de la existencia de amigos reales y efectivos.

De modo que si la Iglesia desea seguir ostentando un lugar preeminente en nuestra sociedad, si de verdad quiere propiciar un verdadero clima de diálogo y entendimiento que asegure la paz y la prosperidad de la Nación, deberá hacer un esfuerzo visible para acercarse fraternalmente y reconciliarse con aquellos que, desde su propio seno o fuera de él, cuestionan abiertamente su forma de entender el mundo.