¿Tiene fundamento el optimismo económico de Urtubey?

Hace poco más de un año, cuando aún no se terminaba de ver con claridad las señales que anunciaban el final del ciclo económico, el Gobernador de Salta lanzó una afirmación aterradora e irresponsable acerca del crecimiento económico en la Argentina. «Será inagotable», dijo con asombrosa soltura durante una entrevista concedida a una radio de Buenos Aires en junio de 2014.

En aquel entonces nadie le creyó. La economía nacional hacía rato ya que había echado el freno para no volver a recuperar el impulso y las dificultades para sostener el ingente gasto del Estado iban en sostenido aumento.

Hace pocos días, en Nueva York y frente a un auditorio un poco más enterado, Urtubey volvió a profetizar sobre el crecimiento de la economía argentina. Lo hizo con la misma alegre levedad con que el año pasado aventuró pronósticos inverosímiles acerca del futuro del país.

Lo más llamativo de su discurso ante el board del Consejo de las Américas no fue sin embargo su arriesgada visión del futuro inmediato del país y de sus problemas económicos, sino la convicción de que la Argentina se enfrenta a un escenario de «enorme crecimiento e inversión», sólo si Daniel Scioli gana las elecciones.

Si, efectivamente, como dice Urtubey, los procesos de crecimiento e inversión que se desarrollan en el contexto regional e internacional «favorecerán ampliamente el desarrollo del país», estas ventajas deberían favorecer a la Argentina, sea que en los próximos años gobierne Scioli o que lo haga cualquier otro.

El discurso de Urtubey da a entender que aquel «contexto regional e internacional» favorable al crecimiento económico nacional se esfumará como por arte de magia en el momento en que un político diferente a Scioli se siente en el sillón de Rivadavia. Fiel a su costumbre, el Gobernador de Salta no explica de qué modo habrá de suceder esto.

Después de plantear un dilema del tipo 'o yo o el caos' en materia de equilibrios económicos globales (algo realmente novedoso y audaz para un líder político de la periferia de la periferia), Urtubey parece condicionar el enorme crecimiento y la enorme inversión a la firma de «un gran acuerdo nacional sobre las políticas públicas para el presente y futuro».

Puede sonar bonito para algunos oídos poco entrenados de Manhattan y alrededores, pero no para los salteños. Lo que Urtubey entiende por gran acuerdo nacional es más o menos lo que entendía y practicaba Perón en su época: un acuerdo corporativista y «militante» entre las fuerzas peronistas de la producción y los políticos de turno. Es decir, algo muy diferente a un consenso amplio construido pacientemente entre fuerzas políticas de diferente signo ideológico que buscan acordar auténticas políticas de Estado.

Si le quitamos al discurso de Urtubey estos dos ingredientes; es decir, si negamos que exista tal coyuntura externa favorable al país y si ponemos en duda el gran alcance del acuerdo nacional propuesto, la promesa del crecimiento y la inversión enormes, así como toda la «energía modernizadora» de Urtubey, caen al nivel de simples anzuelos de campaña.

Si el Gobernador de Salta verdaderamente cree que el país tiene por delante un futuro venturoso en materia económica, si piensa que el mundo nos señala como la gran potencia del mañana, deberá antes decir cuáles son las reformas que el futuro gobierno que él se dice presto a sostener acometerá. Pero Urtubey no suelta prenda en este aspecto. Los automatismos peronistas y la «manga ancha» determinarán la forma y el modo en que los argentinos gestionaremos nuestro impresionante éxito futuro.

Urtubey no explica tampoco por qué defiende el crecimiento infinito cuando éste ha fracasado para 2.000 millones de personas que viven hoy con menos de 2 dólares al día. Sería muy bueno que nos dijera qué va a ser de nuestro frágil sistema ecológico de cuya supervivencia depende el crecimiento enorme que promete. Si Urtubey no explica las reformas que el nuevo gobierno está dispuesto a hacer y si no aclara bien hasta dónde es posible crecer sin destruir nuestra sociedad y nuestro entorno natural, habrá que pensar que el Gobernador de Salta defiende la prosperidad para unos pocos, basada en la destrucción medioambiental y la persistente injusticia social, que de ningún modo pueden constituir el fundamento para una sociedad civilizada.

Y cuando se anime a hablar de reformas, los salteños tendremos ocasión de pedirle a Urtubey que nos explique de una vez por qué motivo, durante sus ocho años de gobierno en Salta, nunca intentó un «gran acuerdo provincial» con las fuerzas de la oposición, y por qué no puso en marcha, durante todo este tiempo, una sola reforma que permitiera a esta Provincia superar el aislamiento, la pobreza y la fractura social, que hacen de Salta unos de los territorios más pobres y más debilmente cohesionados del mundo.