
En efecto, con el sugestivo título de 'La conversión de Gamarra', el doctor Cornejo nos ofrece un prolijo relato sobre la vida, ciertamente cambiante y misteriosa, de un hombre que tuvo apreciable influencia en la vida política y militar de su país: Don Agustín Gamarra y Messía, primer presidente constitucional del Perú.
Debo confesar que el título del artículo me trajo inmediatamente a la memoria el episodio de la quinta temporada de Seinfeld, llamado The Conversion. En él se narra la historia de la interesada conversión de George Costanza a la religión ortodoxa latvia, una maniobra que no estaba guiada por la convicción espiritual sino por el más pedestre deseo de recuperar una novia que lo había dejado por una supuesta incompatibilidad religiosa. La conversión de Costanza incluía un examen de iniciación en el que el personaje debe recurrir a la ayuda de un machete para poder recordar cuál de todos los apóstoles era el padre de Latvius.
Tan ameno y divertido como este capítulo seinfeldiano es el relato de Abel Cornejo sobre Gamarra, un relato cuya lectura nos sacude nada más empezar por la sorprendente originalidad de la descripción que el autor hace del Colegio San Francisco de Borja, en el que Gamarra cursó estudios religiosos después de haber estudiado en el Colegio de San Buenaventura.
La parte pertinente del artículo de Cornejo dice así:
«Estudió en el Colegio de San Buenaventura y luego cursó Cánones en el Real Colegio de Caciques San Francisco de Borja, que fue una institución educativa del Cuzco colonial, especializada en la educación de la nobleza inca. El Colegio estaba destinado a la educación de los hijos mayores de los caciques desde temprana edad con el fin de alejarlos de la supuesta “idolatría” de sus padres, integrarlos a la religión católica y a la vida hispana, para que dejaran de lado sus costumbres, ritos y mitos. Es decir, era un centro de adoctrinamiento español».
Como me sonaba mal esto del «adoctrinamiento español» (en realidad no sé lo que es), se me ocurrió buscar parte de la frase en Google, para ver hasta dónde podía el gigante de Mountain View aclararme las cosas.
Amable, preciso y silencioso como casi siempre, Google me devolvió la página de la Wikipedia dedicada al Colegio San Francisco de Borja y en ella pude comprobar que sus primeros renglones dicen textualmente así:
«El Real Colegio de Caciques San Francisco de Borja fue una institución educativa del Cusco colonial, especializada en la educación de la nobleza inca. El Colegio estaba destinado a la educación de los hijos mayores de los caciques desde temprana edad con el fin de alejarlos de la "idolatría" de sus padres, integrarlos a la religión católica y a la vida hispana y para que dejaran de lado sus costumbres, ritos y mitos».
El parecido entre la redacción de la Wikipedia y el escrito del doctor Cornejo se antoja muy estrecho, excepto, claro está, en lo que se refiere al «adoctrinamiento español», que parece ser un añadido de la propia cosecha de nuestro ilustre historiador.
Un poco más abajo, el autor salteño escribe: «Sin embargo, Gamarra abandonó la profesión de fe religiosa y optó por la carrera militar, enrolándose en las filas realistas en 1809», mientras que la Wikipedia de Gamarra dice lo siguiente: «Pero en 1809 abandonó la carrera religiosa y optó por la carrera militar».
Lo primero que me dio a pensar esta nueva similitud es que no es lo mismo «abandonar la carrera religiosa» que «abandonar la profesión de fe religiosa». Si aceptásemos esto último, tendríamos que llegar a la conclusión de que quien un día iba a convertirse en el primer presidente constitucional del Perú era en realidad un apóstata que siendo muy joven había renunciado a sus creencias religiosas.
Pero no sucedió así. Lo que Gamarra dejó de lado es la carrera religiosa y no su profesión de fe religiosa. Vamos, que lo que hizo fue colgar la sotana para calzarse el uniforme militar. Algo que por aquella época hicieron muchos jóvenes americanos.
Sin embargo, a esta altura del cuento, me seguía chirriando aquello de que el Colegio San Francisco de Borja era, en la época en que estudió el religioso (o no tan religioso) Gamarra, «un centro de adoctrinamiento español».
La primera pregunta que me hice es si existe (o existió en la época) una doctrina españolista susceptible de ser inculcada a través de la enseñanza. Y como soy muy perezoso para ponerme a pensar en cosas tan complicadas (especialmente en verano y de vacaciones), volví a Google para ver dónde y cuándo se empleaba la expresión «adoctrinamiento español».
El resultado, siempre provisional, es que la expresión se emplea muy mayoritariamente en las relaciones (si es que se las puede llamar así) entre los catalanes (algunos catalanes) y lo que ellos llaman «el Estado español», y se utiliza para denominar ciertas salvaguardas relacionadas con el uso del castellano en las escuelas catalanas. Un asunto que por cierto es de ultimísima actualidad, luego de que el gobierno de España anunciara en el Parlamento Europeo que no está dispuesto a cumplir, en sus propios términos, la histórica sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que ordenó un porcentaje mínimo de castellano del 25% en los centros educativos catalanes.
Pero ¿cuál era o en qué consistía el «adoctrinamiento español» en la época en que Gamarra cursaba estudios para ser cura en el Colegio San Francisco de Borja?
Es verdad que el joven pupilo era adoctrinado por sus maestros con la intención de hacerle cambiar sus creencias, pero, que se sepa, el adoctrinamiento era en la fe católica y no en el «españolismo», lo cual no parece que sea malo de suyo.
Además, la Wikipedia dice que la educación de los hijos de caciques en aquel colegio tenía, entre otras finalidades, la de «integrarlos a la vida hispana», lo cual, si lo pensamos desde un punto de vista práctico, no iba más allá de enseñarles a tomar gazpacho en verano y callos en invierno, o quizá a contar chistes subidos de tono, como sucede en casi todos los centros en los que se forman los futuros sacerdotes.
Lo que es bastante dudoso es que el Colegio San Francisco de Borja haya sido tanto en la época de los jesuitas como en la época en que estudió Gamarra «un centro de adoctrinamiento español» en el sentido más prístino de la palabra «adoctrinamiento». Ni el jesuita más obtuso habría colocado a España por encima de Dios, en ninguna circustancia. A ninguno de ellos, ni siquiera al más bruto, se le habría ocurrido convertir a sus prestigiosísimos colegios en una factoría de «españolitos» de charanga y pandereta en la que predominara la educación «nacionalista» por encima de la religiosa.
Las razones de esta imposibilidad son más de orden lógico que histórico, puesto que los jesuitas manejaron con mano de hierro aquel colegio, desde su fundación en el siglo XVI hasta la expulsión de la Compañía decretada en 1767 por el rey Carlos III, unos treinta años antes de que por sus claustros circulara el piadoso Gamarra.
Es bastante sabido que los jesuitas eran por entonces acérrimos partidarios de la autoridad del Papa, así como enconados enemigos de los monarcas absolutos (Carlos III entre ellos) que pretendían controlar a la Iglesia disputándole el poder al Pontífice Romano. No hay ninguna constancia histórica ni documental de que en algún momento, sea antes de la expulsión, después de ella o tras la Restitución de 1814, el Colegio San Francisco de Borja de Cuzco hubiera estado dirigido por curas regalistas, que es como se llamaba a los partidarios de la autoridad religiosa de los monarcas absolutos.
De modo y manera que unos curas que estaban enemistados a muerte con el rey de España mal pudieron fundar o mantener en el altiplano «un centro de adoctrinamiento español».
Todo indica que los religiosos se dedicaban a evangelizar (que es lo suyo) o, lo que es casi lo mismo, a adoctrinar en el evangelio cristiano, una actividad que en principio no debería resultarle chocante al historiador Cornejo, puesto que cuando él fue juez de la Corte de Justicia de Salta firmó un recordado voto particular en el que se pronunció, sin dejar ningún resquicio para la duda, a favor de la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas de la Provincia, una actividad que el mismo juzgador calificó como «ancestral» y colocó por encima de las libertades que consagra nuestra Constitución.
Si enseñar religión católica es equivalente a adoctrinar en el españolismo, pues lo mismo hacía el Colegio San Francisco de Borja en el Cuzco de comienzos del siglo XIX que la Escuela Gobernador Manuel Solá en Cerrillos en los siglos XX y XXI.
Dejando a un lado las interpretaciones polémicas, se me ocurre que no existe un «adoctrinamiento español», como no hay un «adoctrinamiento boliviano» (o uno sueco, otro venezolano u otro cubano). Las naciones no llegan a constituir una doctrina. Puede haber un adoctrinamiento «comunista», «chavista», «neoliberal», «nacionalista» o cualquier otro relacionado con algo que pueda tener trazas de «doctrina»; es decir, que se parezca a un conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas y políticas.
Así pues, hablar de la existencia de un «adoctrinamiento español» tiene mucho de juicio xenófobo y, por tanto, de actitud reprochable.
Aun sin descartar de que alguien, en determinadas circunstancias (por ejemplo una final olímpica) pueda practicar el «adoctrinamiento español», lo cierto es que afirmar que unos curas cuya misión era convertir al cristianismo a personas que profesaban otras creencias, más que adorar a Jesucristo, en realidad enseñaban a sus pupilos a cantar los pasodobles de Manolo Escobar, no solo es una inconsecuencia histórica sino que representa una falta de respeto mayor hacia la elevada misión de aquellos religiosos.
Después de leer el artículo del doctor Cornejo sobre Gamarra, me lo imagino al personaje escribiéndose en la palma de la mano los puntos más salientes de la teología ortodoxa latvia para copiarse en el examen de conversión.
Pero respiro tranquilo al saber que Gamarra se pasó finalmente al bando de los ganadores cegado por el relumbrón proveniente de la gigante y nunca bien ponderada figura de nuestro Martín Miguel de Güemes, quien finalmente lo convenció al peruano de que un hombre nacido en América no podía combatir bajo la bandera española. A nadie le importaba entonces que un nativo español como Arenales hiciera todo lo contrario y empuñara sus armas contra el país que lo vio nacer. Curiosamente, el nombre de Güemes no aparece mencionado ni una sola vez en la Wikipedia del ingrato militar peruano, y sí en cambio el de Arenales.
Si por la «doctrina» de Güemes fuese, personajes como Alfredo Di Stefano, Rubén Cano, Juan Antonio Pizzi, Mariano Pernía, todos ellos nacidos en América, no podrían haber jugado nunca para la selección española.
«¡Aguchito! Estás jugando en el equipo equivocado. Venite con nosotros, que si salimos bien de esta, nuestros descendientes van a disfrutar de asados y chupingas gratis durante cuarenta generaciones por lo menos». Después de estas sinceras palabras, a Gamarra solo podía esperarle la gloria que después conoció.
Como moraleja de este cuento se me ocurre la siguiente: «No importa qué tan fuerte sea el adoctrinamiento español que recibas en el cole, pues el día que topes con Güemes te vas a enterar bien cuál es el arco al que tienes que patear».