
En abril de 2003, cuando nació mi hijo el más pequeño, desde el piso 14 del ala de neonatología, mi mujer se entretenía mirando los entrenamientos del Madrid a través de los ventanales del hospital de La Paz. Según ella, Beckham y Zidane (por entonces, jugadores «galácticos») solo le dedicaban unos minutos a «dar pataditas», lo que de alguna manera explicaría el largo periodo de hegemonía barcelonista que inauguró la llegada al primer equipo, en 2005, de ese inquieto jugador llamado Lionel Messi.
Si lo que quería el presidente Florentino Pérez era sacar la Ciudad Deportiva del entorno hospitalario, se puede decir que lo consiguió, pero solo durante algún tiempo, pues recientemente en el mismísimo Valdebebas (en pleno desierto) la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso mandó a construir el enorme hospital de pandemias que bautizó con el nombre de Enfermera Isabel Zendal, en honor a la mujer que a principios del siglo XIX participó activamente en las campañas de vacunación contra la viruela en los territorios españoles de ultramar.
Quizá elegió este lugar, porque está bastante cerca de IFEMA, el recinto de exposiciones en donde se improvisó de urgencia el primer hospital de campaña durante la primera ola del coronavirus, y en donde la autoridad sanitaria regional desplegó unas camas bastante más decentes e higiénicas que las famosas cuchetas de Baradel.
El caso es que, quien estas líneas suscribe, ha debido desplazarse dos veces al hospital Zendal (o a la Ciudad Deportiva del Madrid, que es casi lo mismo) para vacunarse contra la COVID-19.
El Zendal es tanto o más grande que la propia Ciudad Deportiva del Real Madrid. Su puesta en funcionamiento enfrentó a la presidenta madrileña con los sindicatos de la profesión sanitaria, pues para que el nuevo hospital puediera comenzar a prestar servicios, en vez de contratar a nuevos profesionales -como sería lógico- se decidió desplazar personal de otros centros sanitarios. El escándalo no fue pequeño.
El vacunatorio está instalado en un pabellón gigante, preparado para albergar cientos de camas de terapia intensiva, por lo que se deduce de las instalaciones eléctricas, informáticas, de oxígeno, etc. Los enfermeros son, en su inmensa mayoría, chicos y chicas jóvenes, que conservan los buenos modos a pesar del agobio que supone el desfile diario de decenas de miles de personas.
Hoy, sin embargo, la novedad en Valdebebas no son los elegantes paseos de Carlo Ancellotti por las instalaciones deportivas, sino el hecho de que el Zendal ha decidido vacunar las 24 horas del día. El Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid dice que es increíble la cantidad de personas que han decidido vacunarse a las 3 o a las 4 de la madrugada. ¡Y el horario es elegido por ellos!
Aunque parezca extraño, cuando el Zendal funciona a tope, apenas si hay lugar para estacionar en los alrededores, de modo que no es impensable que los «búhos» que acuden a pincharse de madrugada lo hagan con la esperanza de encontrar un buen lugar para estacionar, y no tener que caminar varios kilómetros hasta llegar al pabellón de las vacunas.
Se especula con que los trasnochadores son hinchas del Atlético de Madrid o del recién ascendido Rayo Vallecano, que no quieren ver «ni de lejos» al Real Madrid, y por eso pasan por Valdebebas cuando todas las luces de la gran Casa Blanca están apagadas.
Desde el pasado sábado, se ha flexibilizado en toda España el uso de las mascarillas. Ya no son obligatorias en espacios abiertos (al aire libre), siempre a condición de que haya distancia de 1,5 metros entre personas no convivientes y no haya aglomeraciones. En espacios cerrados (comercios, bares, transporte, oficinas, etc.) la mascarilla sigue siendo obligatoria.
A pesar de esta flexibilización, mucha gente por la calle sigue con la mascarilla subida hasta los ojos. En las colas nocturnas del Zendal, a pesar de que se observa rigurosamente la distancia social, las personas la siguen llevando con normalidad. Muchos han dicho ya que no se la van a quitar por nada del mundo. Entre ellos, aquellos que por tener una dentadura deficiente o un irreductible mal aliento han recibido el uso de las mascarillas como una bendición inesperada.