La viveza vacía como política electoral

En el país de las soluciones rápidas, los vivos son mayoría natural y los inteligentes recurso escaso.

Marco Denevi, hace muchos años ya, diferenciaba al estúpido, al vivo y al inteligente por su dinámica. Ésta, es nula en el estúpido, agitada en el vivo y lenta en el inteligente.

En tal sentido, por citar un ejemplo, la energía cinética de los cambios en las propuestas de campaña de algunos candidatos en nuestra Provincia es tal, que merece largamente ser aprovechada como una fuente de energía casi inagotable, o cuando menos mencionada como paradigmática en algún manual de viveza.

Se supone que la actitud del estúpido, como lo denuncia su etimología, es la de «estupere», detenerse, y no hacer, mientras que los vivos, que al parecer pretenden llegar a gobernar son incapaces de generar una solución, lo que sería mas propio de los inteligentes, y se limitan a dinamizar las propuestas y vaciarlas de contenido, en aludir a los efectos de diferentes problemas y no en enfrentar sus causas reales.

Estos vivos –cuando llegan a ser gobierno- pueden enfrentar las consecuencias pragmáticas de lo que ocurre e inclusive depositar la culpa en otro, y ganar tiempo, pero nunca terminar con el conflicto.

Como una de las capacidades de los vivos es la de simular brillantez con golpes de efecto u oportunismo, puede ser natural que lleguen a altos puestos en nuestra sociedad.

Su discurso, plagado de generalidades, mediatizado y falto de compromiso, se impone en los tiempos en los que el hambre es urgente, mientras los inteligentes, que necesitan analizar las cosas para proveer soluciones de fondo, quedan postergados.

Cuando la situación ha desbordado, y los vivos no pueden poner más parches y los estúpidos se vuelven violentos, la inteligencia es la única salvación posible.

Los vivos en el poder, también, son naturalmente paranoicos.

Y, por qué no, suelen caer en esquizofrenias.

Construyen su propio mundo, maniqueo y auto referencial, manifestando a diario su disgusto porque la realidad objetiva no se ajusta a él.

Y lo peor es cuando intentan que todos lo creamos.

Tenemos un candidato que quiere gobernar la ciudad sin más méritos que su larga lactancia de la teta del Estado y su capacidad de ser un opa encubierto.

Por supuesto, como se hace el vivo, nada dirá de esta nota, para que no le quepa el sayo. Pero Ud. sabe.

Quizá sea hora de que muchos de los inteligentes de nuestro querido y doloroso país salgan de su estado de estupidez transitoria que los inmoviliza en contemplación estupefacta y realicen su aporte y den una opinión sensata, porque –en época de elecciones- podemos quedar definitivamente en manos del más vivo de los criollos y del más estúpido de los tiranos.

(*) El autor es periodista