Políticos que entienden de qué va la cosa

  • Esta mañana he experimentado una sobrecogedora pero agradable sensación de vértigo democrático al leer la breve declaración de Barack Obama sobre los lamentables sucesos de ayer en las colinas del Capitolio.
  • Una clase de líderes poco cultivada en la Argentina

No me he detenido a pensar si el que fuera Presidente de los Estados Unidos de América entre 2009 y 2017 acierta o no con sus juicios sobre la actitud de Donald Trump y el comportamiento de algunos de los más prominentes líderes del Partido Republicano, que decidieron -responsablemente- ignorar las presiones y los velados llamados a la rebelión efectuados por el Presidente saliente.


Las palabras de Obama me demuestran que, aunque la política ha venido perdiendo calidad y la desafección ciudadana es creciente, a pesar de que la democracia enfrenta problemas muy serios en casi todo el mundo, la humanidad que conformamos todavía puede presumir de tener hombres y mujeres políticos sensatos, responsables e ilustrados.


Los acontecimientos de ayer han colocado en un lugar especial, no solo a Barack Obama y a Joe Biden, sino también a los republicanos Mike Pence y Mitch McConnell, dos de los que fueron alfiles de Trump durante su controversial cuatrienio, que, sin embargo, decidieron apostar por la legalidad democrática y el respeto a las normas establecidas.

Pero han sido muchos más los que le han hecho un nudo al populismo y han impedido su avance en un país que, con todos sus defectos e inconsecuencias, desde hace muchas décadas ejerce de faro de la democracia y de las libertades en todo el mundo. Como ciudadano que soy, podría decir que nada de lo que suceda o pueda suceder en la vida política de los Estados Unidos me es ajeno.

Estos líderes, a los que se debe sumar sin dudas a Emmanuel Macron y Angela Merkel (solo por nombrar a dos) nos dan la medida precisa de lo que pasa en el mundo, de los problemas que afronta la humanidad y la convivencia en el interior de los países y entre seres humanos diferentes a través de las fronteras nacionales.

Puede que no siempre acierten, puede que sus decisiones no conformen a todos; pero no me cabe ninguna duda de que estos políticos que he mencionado entienden muy bien la materia con la que trabajan, saben de qué va la cosa, y, con independencia de su orientación ideológica, trabajan en una dirección muy concreta de afirmación de los valores de la democracia liberal.

Con esto quiero decir que tengo mis dudas de que en la Argentina suceda lo mismo.

No quiero decir que nos falten líderes sensatos y personas que entiendan los problemas que aquejan al país y al mundo. Lo que digo es que estas personas no dirigen el país: lo dirigen otros que, un día sí y otro también, demuestran que no tienen mucha idea ni siquiera de lo que pasa en los barrios en los que viven.

En nuestro país -y especialmente en Salta- no nos hemos preocupado por formar a políticos de esta envergadura. Al contrario, hemos preferido aupar al poder a los millonarios y a los influyentes de medio pelo, aun a sabiendas de que la posesión de grandes fortunas no asegura la capacidad de conocer la realidad y, menos aún, el talento para resolver los problemas.

El aluvión populista -del signo ideológico que sea- ha colocado a la sensatez política en serias dificultades. La política sosegada y de alcances profundos ha sido sustituida por arrebatos emocionales conectados con los estímulos más superficiales y urgentes que pueda recibir un ser humano. Ha sido el triunfo de lo superfluo y de lo rápidamente posible sobre lo importante y las lentas y trabajosas conquistas de la política lo que nos ha llevado a la situación que hemos vivido en Washington.

No necesitamos políticos ocurrentes ni fantasiosos intérpretes de las necesidades populares. Necesitamos de personas que entiendan de qué va la cosa; y no solo eso: que demuestren con hechos concretos que entienden el mundo que nos rodea. Muchas cosas han cambiado en el último decenio, y si entre todas ellas tuviera que quedarme con una, por su importancia, elegiría sin dudas el desafío que representa para Occidente la revolución tecnológica china y su ya casi indisputado liderazgo en la arena de los negocios internacionales. O Donald Trump no ha sabido comprender cabalmente este desafío o ha elegido las respuestas políticamente menos adecuadas para hacerle frente.

Las decisiones colectivas -ya se sabe- jamás conforman a todos. Para intentar reducir estas diferencias y encontrarles una solución justa existe precisamente la democracia, en la que todos tenemos derecho a que nuestra voz sea escuchada.

Pero la democracia tiene sus reglas y, si queremos que las respuestas a la diversidad sean realmente equitativas, es nuestro deber luchar para que las reglas democráticas sean respetadas por todos, para que nadie se apropie de la democracia en nombre del «pueblo», para que nadie la deforme con la intención de adaptarla a su voluntad y ponerla al servicio de sus deseos o de sus intereses, para que la libertad no solo beneficie al que ejerce el poder sino que se proyecte sobre todos los que la necesitan, para que podamos compartir ideas y soluciones con aquellos que no piensan como nosotros y aun con los que viven en lugares en los que jamás se nos ocurriría vivir.

Con la excusa de elevar al «pueblo» por encima de todo lo demás, nuestra política doméstica ha desterrado el respeto por el diferente, que es la base de cualquier convivencia pacífica y civilizada. La desgraciada política de Donald Trump, sintetizada en su eslogan Make America Great Again es un aviso a navegantes de que nadie puede soñar con engrandecer o reengrandecer un país a costa de los demás; que en el mundo se imponen las soluciones políticas multilaterales y que estas son preferibles, siempre, a los rodillos populares mayoritarios, en cualquier escala territorial.

Y que necesitamos políticos y políticas que, sin ser sabios ni filósofos, al menos tengan esa chispa que les alumbre el conocimiento de un mundo que desde el Cono Sur americano, por mor del discurso populista, parece cada vez más distante y hostil cuando no lo es en absoluto.