
Hace seis años atrás, en esta misma fecha, refería sobre el tema en mis redes sociales la frase de un periodista muy elocuente. Por casualidad, mientras escribo este artículo, Facebook me lo recuerda y es para mí una gran sorpresa que coincida la primera parte con el título, aunque tal vez hoy escribo porque la intolerancia es una conducta recurrente y creciente de nuestra sociedad que cada vez presenta nuevas tipologías.
Si queríamos experimentar individual y colectivamente un proceso de estigmatización que se diferencie de lo rutinario, sea por su alcance global o por su novedad; o si de lo que se trataba era de sentir la imprevisibilidad e incertidumbre, en niveles inusuales de potencia y peligrosidad, la pandemia del COVID-19 ha satisfecho estos deseos.
Es particularmente llamativa la reacción que genera en algunos miembros de la sociedad el etiquetamiento de quien se percibe como posible portador del coronavirus y la reputación o el trato que inmediatamente le otorga con prácticamente una condena o escrache social.
La tendencia al desprecio resulta prácticamente automática y aún más la acción persecutoria y de señalamiento como la presa a cazar. Cuando se anuncia virtualmente la presencia del infectado en nuestro territorio, el demonizado es acosado de diversas maneras como si con ello se pudiera neutralizar la propagación del virus. Si definitivamente algo nos ha enseñado esta contingencia global, es que nadie está exento del contagio, sin distinciones de ningún tipo, y que por otra parte, si existiera un enemigo, no se trataría precisamente de alguna persona en particular sino de un ser microscópico difícil de contener, bastante imprevisible en su compartamiento y del cual no tenemos toda la información necesaria para contrarrestrarlo definitivamente.
En nuestra ciudad no fuimos ajenos a esta triste situación. La naturalización de la violencia y la justificación de escraches en tiempos de emergencia han ganado terreno desde un primer momento. Bajo una especie de combinación entre ignorancia, proyección de culpas y descarga de temores, se lanzaron a manera de ataque preventivo e impunemente, es decir sin ningún reparo por las consecuencias que podrían desencadenar, insultos, agresiones y hasta imputaciones penales dirigidas contra el individuo sospechoso, peligroso; contra quien se convierte en el “enemigo”.
La pregunta es sencilla: si el contagiado se aisló debidamente, respetó la cuarentena y no contagió a nadie ¿con qué intención se lo escracha? Pero avancemos aún más en la indagación. Si una persona se contagió, por supuesto sin saberlo ¿qué sentido tiene culparlo de algo inevitable? No es acaso más importante fomentar que ante la duda se efectúen las consultas médicas y efectuar la trazabilidad de contactos de esa persona para verificar posibles contagios. Por el contrario, una actitud persecutoria, como si fuera una venganza pública, bajo escraches virtuales por ejemplo, solo conduciría a un replegamiento de los infectados y sin dudas dificultaría el control de la propagación.
Esta nueva especie de bullying que, al mismo tiempo se combina con acciones violentas y discriminatorias, puede ir definitivamente en aumento hacia conflictos que definitivamente el Estado no debería estar dispuesto a auspiciar y que en todo caso debe tratar de anticipar: Agresiones a médicos y trabajadores de la salud, quienes se exponen y trabajan incansablemente para mitigar la pandemia; miembros de las fuerzas de seguridad que son maltratados por cumplir a rajatabla los protocolos y directivas dispuestas por la cuarentena; algunos ciudadanos que viajaron al exterior y no se imaginaron esta frenética circunstancia, que son agredidos, intuyo con algún dejo de resentimiento social.
Hoy existe claramente una actitud punitivista y sancionatoria que es prevaleciente entre las medidas que auspicia el gobierno local. Si uno observa y analiza los discursos, las acciones y las legislaciones dictadas a nivel provincial, lo más importante es perseguir al leproso.
Tanto el derecho penal como el administrativo sancionador se van expandiendo y cubriendo todas las áreas posibles de la vida, labrando actas de infracción, detenciones, imputaciones penales. Las acciones preventivas, sin embargo, se limitan al cerramiento de los accesos principales a la ciudad y al territorio provincial, sobrevolar la ciudad en helicóptero y que los gobernantes verifiquen personalmente el cumplimiento de las medidas ordenadas.
Este tipo de gestiones correctamente imitan la decisiones a nivel mundial, aunque por momentos la publicidad mediática de tales gestiones, no se resiste en caracterizarse como las típicas actitudes paternalistas (notoria en lo discursivo) y oportunistas (evidente en las redes sociales), para mostrarse públicamente recorriendo el territorio gobernado sin otra finalidad que la de embarrarse los pies como ocurre en épocas de campaña. Al final, esto no es precisamente lo que eficazmente podría frenar una propagación epidémica que hasta ahora afortunadamente no aconteció en nuestra provincia.
Desde mi punto de vista, la actitud asumida por el gobierno local es claramente equivocada, es simplista; poco comprometida e ineficaz, a la par de que alimenta, aunque no se tenga conciencia de ello, un trato agresivo y discriminatorio.
Al mismo tiempo se observan las incoherencias cuando todo el paquete disuasivo por el que se amenaza a los ciudadanos, se ve desfigurado por la realidad que se aprecia en las calles de las ciudades, en las que no se percibe el rigor del aislamiento obligatorio. Pareciera variar con el humor de los gobernantes o el clima, pero más se parece a que verdaderamente no tienen en claro las medidas que deben implementarse y en el mejor de los casos a que no les convence la amenaza punitiva como herramienta de potencial preventivo.
Definitivamente, estoy convencido de que la actitud gubernamental y social que puede compatibilizar el respeto a la dignidad humana y simultáneamente la lucha contra el coronavirus debe partir del diseño e implementación de “políticas específicas de prevención”.
Estas políticas, muy lejos de pretender estigmatizar y escrachar a determinada persona, en las antípodas de una actitud agresiva y discriminatoria, debe plantear una lucha solidaria que haga prevalecer la educación y la información de todos los ciudadanos, en cada punto de la provincia y por todos medios disponibles.
Es decir que se precisa una inyección constante y clara de buena información en todos los rincones de la provincia, en cada lugar de las ciudades más densamente pobladas, respecto de cómo evitar de la mejor manera los contagios. Pero también para explicar que, tanto en esta contingencia como en otros desafíos, el único camino posible es la práctica de la solidaridad, el del trabajo conjunto, la empatía y el cumplimiento de las normas de convivencia, sin renunciar a ser críticos, sin abandonar el camino de las propuestas.
En definitiva, que sea esta una oportunidad histórica para replantear los valores éticos y ciudadanos que necesitamos para superar las crisis. Que nos dé la posibilidad de percibir al otro como un aliado, como un compañero de ruta, como una oportunidad para el cambio.
Salta, 9 de abril de 2020.