
Mi encierro voluntario y planificado poco tiene que ver con la amenaza universal del coronavirus, que nos asusta y sobresalta a casi todos, y bastante más con el virus de la estupidez humana, que, aunque también es universal, seguramente no se lleva tantas vidas por delante.
Sin embargo, el virus de la estupidez es tanto o más peligroso que el otro, por la rapidez de su propagación, por su uniforme distribución territorial y por la cantidad de vidas que destruye.
En este domingo tan particular de comienzos del mes de marzo se respiran aires de fiesta bajo el tímido sol de un invierno agonizante: la fiesta de la mujer lo invade todo. Felizmente, la fiesta es cada vez más grande y majestuosa, como debió ser siempre. No creo que ello se deba a que las mujeres son ahora más importantes que antes, pues para mí siempre lo han sido. Creo más bien que todo este alborozo se debe a que en los últimos años las mujeres más inteligentes han logrado hacer de este mundo un lugar más amigable, más justo y más igualitario. Es importante reconocer su esfuerzo y sus conquistas.
Por supuesto que al lado de las inteligentes y de las que contribuyen al progreso de sus semejantes -y muchas veces sin que seamos capaces de distinguir a unas de otras- marchan las que están afectadas del segundo virus que hoy justifica mi cuarentena. Ellas no se salvan por ser mujeres. Son cosas que tiene el igualitarismo y que en días como el de hoy también se deberían celebrar.
Pero hay una forma de distinguirlas, pues la historia de las mujeres inteligentes cuyas luchas y desvelos han contribuido y contribuyen a mejorar el mundo en el que vivimos ya está escrita, y lo está con muy buenas palabras, mientras que la historia de las otras -las del virus- todavía pugna por ser escrita, y aún no sabemos en qué términos.
A los jóvenes salteños
He querido aprovechar el encierro y la fiesta para dirigirme a los jóvenes salteños, hombres y mujeres. Especialmente a los que no he conocido, a los que se han hecho mayores desde que en 1989 decidí emigrar y buscar nuevos horizontes para mi familia y para mí; a los que se les nota algo fatigados por la enorme carga de tener que soportar a un país con una increíble capacidad para dañar a sus habitantes, a los que luchan por liberarse de las tenazas de la mediocridad y sobreponerse a la fatalidad del destino predeterminado.Solo quiero decirles que lo peor que le puede pasar a un ser humano, sea hombre o mujer, es que otro le dirija la vida. Hablo por mi propia experiencia, sin dudas, pero también por la de miles de personas que han debido soportar que los dañinos y las dañinas se inmiscuyan en sus propios asuntos, pero que felizmente un día se han dado cuenta de que el verdadero arquitecto de la propia vida es uno mismo. Que no hay ni puede haber otro.
Hay miles de teorías diferentes sobre el origen y la legitimación del poder. Todas ellas confluyen en un punto clave: el poder consiste en la capacidad de unos para manejar la vida de otros. Así de simple.
No me refiero solo a las personas que sufren el yugo de maridos, esposas, hermanos o amigos invasivos y mandones, sino también a las que viven una vida pasiva y resignada, como simples marionetas cuyos hilos mueven los que mandan en su trabajo, y a los que sufren como ciudadanos los desvaríos colectivistas de los diferentes gobiernos, que se empeñan en hacer amalgamas entre individuos muy diferentes, que quieren vivir como diferentes y tienen derecho a hacerlo sin interferencias irrazonables.
Quisiera que mis lectores comprendan que muchos de nuestros males conocidos se originan en el deseo casi irresistible de los gobernantes por controlar y dirigir nuestras vidas, la obsesión por saber en todo momento lo que hacemos, con quién nos vemos, con quién nos acostamos, qué servimos en nuestras mesas, qué pensamos o sentimos, cuánto dinero tenemos en el bolsillo, o lo que planeamos hacer en el futuro. Gobiernos enteros, familias enteras dedican su existencia solo a cosas como estas.
Hay, por supuesto, quien se siente cómodo, protegido y abrigado en la trémula penumbra de la mediocridad, en donde siempre hay quien pueda sacar la cara por nosotros, resolver nuestros problemas y tomar decisiones sobre nuestro futuro. Pero el precio de esta suplantación de la personalidad es nada menos que la entrega del alma, que uno termina poniendo en manos de otros, solo para experimentar esa embriagadora pero falsa sensación de vernos desligados de problemas, compromisos y obligaciones.
Animo a mis comprovincianos más jóvenes a tomar sus vidas en sus propias manos, porque si no somos capaces de escribir el guion de nuestra propia vida, seguramente otro lo hará por nosotros y las consecuencias serán entonces catastróficas.
No hay familias ni gobiernos que puedan dirigir nuestras vidas y, menos, hacernos pagar un alto precio por nuestra comodidad, por nuestra docilidad o por nuestra ingenuidad. Solo en la medida en que aprendamos a ser libres y autónomos al mismo tiempo podremos acabar con la tiranía del destino preestablecido, con los que piensan que pueden llevarnos de las pestañas a donde deseen, con los que se solazan ejerciendo sobre los más débiles el poder de hacerles bailar al compás de la música que ellos tocan.
A las mujeres
He querido que el último párrafo sea para las mujeres que hoy celebran su día. A ellas les quiero recordar que otra mujer -ya fallecida- escribió hace poco más de cuarenta años unos versos que decían: «Mi infancia fue rebelde, creció como sarmiento. Negándose en silencio a dejarse podar. Mi infancia sin jardines, sin niños, sin rediles, contaba las estrellas aun sin saber sumar».Creo que a las mujeres inteligentes no les tengo que aclarar que la poeta que «creció como sarmiento», no se refería a Domingo Faustino (ejemplo infantil de puntualidad escolar) sino al más flexible y menos calvo vástago de la vid.
En un día como hoy, animo a todas a perseverar en la rebeldía, a no dejarse podar; ni por los varones que quieren cortarles las alas, ni por las mujeres contagiadas por el virus de la estupidez humana que quieren someterlas a la dictadura del pensamiento único. Porque el universo femenino es todo menos un bloque ideológico con un solo color, y porque tanto hombres como mujeres tenemos derecho a disfrutar y a luchar por la variedad, que es justamente lo que los enemigos de la libertad quieren arrebatarnos.