Un mensaje pastoral cargado de contenido cívico

Durante el tedeum que se celebra este 25 de mayo en la Catedral de Salta, nuestro Arzobispo, Monseñor Mario Antonio Cargnello, ha pronunciado una homilía de hondo contenido pastoral y de alto vuelo institucional. Monseñor Mario Antonio CargnelloAnte la plana mayor del Gobierno Nacional y ante representantes oficiales de todas las provincias argentinas, Monseñor Cargnello ha recordado las señas de identidad de Salta apelando al Señor y a la Virgen del Milagro, a Martín Miguel de Güemes y a Facundo de Zuviría para desde allí, sin descender a lo cotidiano, proponer a la República reflexiones de envergadura.

Sin perjuicio de realizar mas adelante un análisis detenido del mensaje arzobispal, nos parece importante destacar aquí tres ideas centrales en la homilía, pero no siempre presentes en la vida política argentina.

La apuesta por el diálogo como herramienta para superar tensiones y construir imprescindibles consensos.

Las reiteradas apelaciones al amor entre los hombres, en un ambiente epocal donde el odio desplaza a la tolerancia y a la fraternidad.

El concepto de “amistad cívica”, de alto contenido filosófico, tan singularmente moderno como olvidado por buena parte de nuestra clase política.

Monseñor Cargnello ha prestado, con sus palabras, un importante servicio a la convivencia de los argentinos.

Texto de la homilía


Como una respuesta brotada desde lo profundo del corazón a la palabra de Dios que nos fue proclamada, el pueblo argentino en este día en el que se celebra el 198º aniversario de la Revolución de Mayo, se acuerda “del largo camino que el Señor Dios nos ha hecho recorrer en la historia”.

Se trata de un recuerdo cargado de gratitud y de responsabilidad. De gratitud por la rica herencia que nos legaron los mayores a lo largo de esta casi veinte décadas; de responsabilidad porque el presente nos exige actuar de tal manera que, aprendiendo de los aciertos y errores del pasado enmendemos éstos y profundicemos aquellos para poder pergeñar un futuro que ofrezca horizontes a las generaciones que nos han de suceder.

La Providencia ha querido que Salta fuera sede de la celebración nacional presidida por la Excelentísima Señora Presidenta de la Nación, por el gabinete que la acompaña en su gobierno, representantes de los poderes legislativo y judicial y por el cuerpo diplomático acreditado en nuestra patria.

En el horizonte de nuestras vidas de argentinos ya despunta la celebración de las fiestas del Bicentenario; acercándonos a ellas, nos sentimos felices porque, desde esta provincia podemos decir, con humilde convicción, algunos pensamientos que surgen de cara un nuevo siglo de vida argentina.

Esta casa guarda la imagen bendita del Señor del Milagro, imagen que viene animando la oración por la patria rezada por tantos argentinos desde hace ya casi siete años. Aquí se nos ofrece un clima familiar en el que quisiera testimoniar una herencia y dirigir un pedido a todos mis hermanos argentinos.

La herencia la recojo de la historia de nuestra provincia. Salta quedó marcada por su amor a la patria desde los inicios de ésta. Baste recordar lo decisivo de aquella batalla conducida por el general Manuel Belgrano el 20 de Febrero de 1813 en la consolidación de nuestra independencia. Este pueblo ha madurada en cada generación su conciencia de civilidad alimentado por muchos testimonios de servicio, de desinterés, de proyección. Creo no equivocarme, si destaco, espigando en su historia tres datos que están grabados en el alma de la provincia y son: el mensaje del Milagro, el legado de Güemes y el servicio de Facundo de Zuviría.

El mensaje del Milagro: La historia de Salta se acuna en él. Desde la fundación de esta ciudad en 1582, primero fue promesa, luego encuentro, después olvido, luego una historia de comunión profunda que culmina en 1844 cuando el pueblo hace un pacto con el Señor. Desde entonces el pueblo lo renueva cada año en una primavera pascual.

La profunda experiencia del encuentro con Cristo es para cada salteño y para el pueblo, una experiencia de dignidad que se afirma y de libertad que se recrea. Como el pueblo de Israel reconoce en el Pacto de Sinaí el nacimiento de su condición de pueblo libre, así el pueblo de Salta, al reconocer que sólo Dios es su Señor, se sabe un pueblo libre y por ello un pueblo digno. Es que la dimensión religiosa de la persona es la base de su dignidad y la custodia de su libertad. Nunca Argentina tuvo miedo a Dios, fuente de toda razón y justicia y, en esta hora es muy bueno que nos presentemos ante Él para alabarlo. “Señor, Dios eterno, alegres te cantamos a Ti nuestra alabanza, a Ti, Padre del Cielo, te aclama la creación. Postrados ante Ti los ángeles te adoran y cantan sin cesar: santo, santo, santo, Dios del universo; llenos están los cielos y la tierra de tu gloria”.

El Servicio de Facundo de Zuviría. A este ilustre salteño le correspondió presidir el Congreso Constituyente en 1.853 que consagró nuestra Constitución Nacional dando origen al estado organizado que consolidó el crecimiento y la evolución de la Nación. Su figura invita a recrear nuestra fidelidad a la ley y a las instituciones de la patria. Es bueno recordarlo en este año del vigésimo quinto aniversario del regreso a la democracia argentina, convencidos que, como nos enseña la Iglesia, “una auténtica democracia no es solo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación, convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad”.

Esta herencia que es viva en el corazón del pueblo, me impulsa a pedirle a todos los argentinos tres compromisos, que los obispos miembros de la Conferencia Episcopal propusimos a todo pueblo de la patria en el andar de estos años nuestros:

1.- Trabajemos por continuar construyendo la Nación que queremos. “Sabemos que una Nación es una comunidad de personas que comparten muchos bienes, pero, sobre todo, una historia, una cultura y un destino común. Por ello debemos volver a la raíz del amor que teje la convivencia social, entendida como un llamado de Dios”.2 Elijamos nuevamente ser argentinos, desarrollemos los valores indispensables de la vida social. “Solo buenos ciudadanos, que obren con inteligencia, amor y responsabilidad, pueden edificar una sociedad y un estado mas justos y solidarios”.3 Renovemos el esfuerzo por cancelar cada día la deuda social que grava sobre nosotros y nos impele a hacernos cargo sobre todo de los más pobres. Desde esta Salta quisiera invitar a que todos incorporemos verdaderamente en nuestro corazón de argentinos a los aborígenes como hermanos.

2.- Renovemos nuestro esfuerzo por consolidar el sistema democrático desde el respeto a la constitución y a las instituciones de la patria. Cuando el respeto a la ley constituye un bien adquirido cada ciudadano puede sentirse libre y proyectarse dignamente. Lo contrario pone a la Nación en un camino involutivo hacia la ley de la selva. ¿Será capaz nuestra generación de avanzar desde la “viveza criolla” hacia la nobleza que compromete? Es preciso continuar trabajando para elevar la calidad de la educación basándola en los inclaudicables valores puestos por Dios en el corazón del hombre. Animémosnos a crecer en la honestidad, en la austeridad, en la responsabilidad por el bien común, en la solidaridad y en el espíritu de sacrificio, en la cultura de la familia, de la vida y del trabajo.

3.-Apostemos con audacia creativa y confianza renovada a la amistad social y al dialogo como camino para construir la comunidad nacional. El espíritu amplio e incluyente que caracteriza a nuestra patria se plasmó entre otras expresiones en la voluntad de promulgar nuestra constitución para “nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Ese espíritu fraterno hoy nos compromete a recrear los vínculos entre todos los habitantes de esta tierra y nos ilumina para mirar al otro como hermano. Nunca uno contra otros. El diálogo es un instrumento eficaz para convertir la crisis en oportunidad. La fatiga que acompaña su ejercicio no es infecunda ni irrelevante; sabemos encontrar, escuchar, y hablar; hasta ponernos en el lugar del otro es garantía para avanzar socialmente. Reafirmemos nuestra convicción de que “una sociedad no crece necesariamente cuando lo hace su economía, sino sobre todo cuando madura en su capacidad de diálogo y en su habilidad para gestar consensos que se traduzcan en políticas de estado que orienten hacia un proyecto común de Nación”.4 Avancemos en la construcción de una patria de hermanos. No neguemos a nuestros niños y a nuestros jóvenes esta señal de esperanza.

Hemos escuchado a Jesús en el Evangelio ofrecerse como Pan y Vino bajado del cielo. Hoy la Iglesia católica celebra agradecida en su liturgia este don del Señor hecho pan que perpetúa en la Eucaristía su voluntad de entregarse por nosotros y desde dentro de nosotros darse como el pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre.

Para los cristianos es un desafío a servir a todo hombre, como el Señor. “Oh Cristo, tú eres el Rey de la Gloria, tú el Hijo y Palabra del Padre, Tú el rey de toda la creación… Salva a tu pueblo y bendice a tu heredad… Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.

Por último, señora presidenta permítame encomendarla a la protección de la Santísima Virgen, Mujer y Madre, hija de Israel, amada por los musulmanes, venerada por los cristianos como Madre de Dios y madre nuestra: Que Ella, honrada aquí como Virgen del Milagro, la acompañe en esta hora en la que le toca a UD. Aportar desde el lugar de presidenta, lo mejor del genio femenino a la historia de nuestra amada nación.