
Es probable asimismo que, con los comicios atrás y las cifras sinceradas, se declare la emergencia sanitaria. Y también que otra persona se haga cargo del ministerio de Salud en lugar de Graciela Ocaña, superada por los compromisos políticos tanto cuando debió afrontar el dengue como ante el virus A (H1N1).
El mismo domingo por la noche se podrá testear el acierto o el error de las consultoras de opinión pública, la veracidad de sus vaticinios. Se podrá tener una idea de cuántos legisladores menos integrarán el futuro bloque oficialista y qué hemorragia de votos sufrió el kirchnerismo desde aquel 45 por ciento que obtuvo 20 meses atrás, en octubre de 2007.
Habrá que ver, sin embargo, si el mismo 28 de junio o al menos el día siguiente la sociedad contará con datos ciertos e inequívocos sobre el resultado de los comicios en la provincia de Buenos Aires. No se trata de un distrito más: allí es donde decidió jugar su suerte Néstor Kirchner y son muchos los que aliados o adversarios- se muestran convencidos de que el esposo de la presidente está dispuesto a cobrar cara su derrota (o, si se quiere, a comprar caro su victoria). Es el territorio bonaerense sobre el que más se ha especulado con sospechas de irregularidades. Instalar la idea de fraude es una irresponsabilidad, se encrespó el ministro de Interior Florencio Randazzo, conciente de las generalizadas prevenciones. Antes de eso, en el programa de cable que conduce Joaquín Morales Sola, el mismo Randazzo había argumentado que nadie podría culpar al gobierno, ya que los comicios están a cargo de la Justicia Electoral. La Cámara Nacional Electoral, como si previera problemas, salió al ruedo para responder y advertir: será el ministerio de Interior puntualizaron los magistrados- el que tendrá a cargo "la organización, desarrollo y difusión del cómputo provisional" de la elección y la justicia electoral tampoco tendrá "ninguna participación" en "el diseño, planificación, organización, procesamiento, cómputo y difusión de los resultados". Como para que no quedaran dudas sobre el motivo de sus inquietudes, los miembros de la Cámara evocaron en su acordada " los problemas denunciados en las últimas elecciones", que aunque no llegaron a poner en duda la legitimidad de las elecciones" constituyeron infracciones al Código Nacional Electoral. Los jueces agregaron que "en reiteradas oportunidades habían planteado la necesidad de que se estudiasen posibles adecuaciones normativas que fortalezcan la calidad y la transparencia de los procesos electorales y eviten la reiteración de situaciones" como las que fueron denunciadas en los comicios anteriores, pero que "lamentablemente los poderes políticos no han atendido estos requerimientos".
Los párrafos de la acordada judicial inducen a suponer que los magistrados temen que los episodios revelados veinte meses atrás se repitan (o se multipliquen) esta vez, y quieren establecer sin que haya margen para la confusión de quién no es la culpa y donde se centra la responsabilidad.
En rigor, en el ámbito judicial se recela de que una situación de extrema paridad como la que han registrado las encuestas en la provincia de Buenos Aires, acompañada por episodios equívocos, demoras informativas y denuncias generalizadas, termine endosando a los jueces el veredicto final sobre el resultado de los comicios, como ocurrió en Córdoba en 2007 o como sucedió en Estados Unidos, en el estado de Florida, en aquella célebre final presidencial entre George W. Bush y Al Gore. Se trataría de una situación dramática: no sólo porque revelaría que hubo maniobras inauditas en el procedimiento electoral y porque convertiría a los tribunales en árbitros de lo que debe zanjar limpiamente el sufragio, sino porque indudablemente suscitaría una atmósfera política de inquietud e insatisfacción ciudadana.
En el oficialismo algo intuyen: cuando Luis DElía y Carlos Kunkel -dos importantes mosqueteros de Néstor Kirchner- llamaron a los suyos a manifestar en la Plaza de Mayo el 28 al atardecer, lo que querían prevenir era que, en caso de denuncias de fraude, marchas de caceroleros rodearan la Casa Rosada. Desde Olivos tocaron a retirada después de que la amenaza movilizadora tomó estado público: una marcha convocada supone compromisos; si en definitiva acude poca gente, se cuenta como un fracaso. En cualquier caso, la advertencia ya había sido esgrimida: los grupos organizados del kirchnerismo prometen pelea a quien quiera denunciar fraudes ante la sede del gobierno.
¿Terminarán estos comicios de medio término convertidos en un escenario de tensión extrema? Podría suponerse que esa ominosa perspectiva está alentada por la paridad que se prevé que dictaminen las urnas. Una diferencia de uno a tres puntos entre el primero y el segundo es susceptible de ser sospechada o discutida; cuestionar una distancia mayor se vuelve mucho menos sostenible ante la opinión pública.
Pero lo cierto es que si hay sospechas y preocupaciones no están centradas exclusiv ni principalmente en una situación de eventual paridad numérica. En la provincia de Santa Fé se vaticina una elección muy pareja entre Carlos Reutemann y el socialista Rubén Giustiniani y son pocos los que visualizan aquelarres santafesinos. La mirada está puesta en la provincia de Buenos Aires porque la paridad allí afecta personalmente a Néstor Kirchner quien, después de forzar la movilización de todas sus tropas y de convocar en su ayuda a personalidades con prestigio y capital político propio, puede ser derrotado por un diputado nacional de extracción empresarial que seis meses atrás no era detectado por la opinión pública.
Ya el empate es una catástrofe para Néstor Kirchner. Una derrota sería inadmisible y se sumaría al retroceso que sus fuerzas sufrirán en el país en términos de votos y de representación legislativa. Resultado inevitable: Kirchner no sólo se encontraría ante el fin de su ciclo, también se vería incapacitado para elegir los modos de su retirada.
Acostumbrado a gobernar con pocos límites, Kirchner no puede hacerse a la idea de un epílogo de impotencia como el que surgiría de una derrota. Esa es la razón que pone en el comicio bonaerense tanto dramatismo.