
El presidente fallecido no pudo culminar su mandato. Acosado por la hiperinflación y por los saqueos en supermercados y superficies comerciales, Alfonsín entregó precipitadamente el mando al presidente Menem (electo para asumir el 10 de diciembre de 1989) cinco meses antes de la fecha prevista.
El gobierno democrático de Alfonsín no pudo resolver los graves problemas económicos de la Argentina, especialmente la alta inflación, y dejó para la historia dos intentos inconclusos de romper con la hegemonía peronista, no democrática, en el mundo sindical. En 1987, Alfonsín ató un acuerdo relativamente estable con el sindicalismo peronista y no insistió en la prometida reforma de los sindicatos, a pesar de que éstos, bajo el liderazgo de Saúl Ubaldini, acosaron su gobierno con 13 huelgas generales.
Alfonsín enfentó a los militares que protagonizaron el golpe de Estado de 1976 y llevaron adelante los siete años de dictaduras. Impulsó el juicio a las juntas militares y obtuvo su condena. Más tarde, cedió espacios frente a militares más jóvenes, que plantearon a su gobierno duros desafíos en forma de alzamientos -afortunadamente- no generalizados.
Una vez fuera del gobierno, el presidente se negó a ser una pieza de museo e intervino activamente en la política. Acordó con el presidente Menem la reforma de la Constitución Argentina en 1984, que reforzó la gobernabilidad del país y, siete años más tarde, se alió al peronista Eduardo Duhalde para acelerar la caída del gobierno democrático de Fernando de la Rúa.
Queda para la historia, el compromiso del expresidente con las libertades públicas de los ciudadanos argentinos, por las cuales luchó con denuedo.