
Sus autores, residuos de aquellas formaciones especiales que sembraron muerte y odios perdurables, han traído al presente una anterior amenaza lanzada y ejecutada contra José Rucci que, en 1974, se desempeñaba como Secretario General de la CGT y era la mano derecha de Juan Domingo Perón, Presidente constitucional de la república.
Los mismos asesinos (o sus socios en el crimen) habían dado muerte antes, invocando el ridículo argumento de la traición, a Augusto Timoteo Vandor, líder de la Unión Obrera Metalúrgica.
No resulta inoportuno recordar que, al menos en una democracia republicana, existe una sóla y única lealtad superior: La lealtad a la Constitución, sus valores, sus reglas y sus instituciones. Las afinidades y compromisos partidarias y sus rupturas, forman parte de otro universo en donde los inevitables disensos y reacomodamientos no pueden ser estigmatizados como si la política fuera nada mas que un juego mafioso, corporativo o tribal.
Al parecer, aquel crimen que costó la vida a Vandor, cometido para congraciarse con Perón y ganar notoriedad, fue recibido con irresponsable indulgencia por el destinatario de tan deleznable homenaje. De ser cierta la existencia de este guiño, su autor debió pronto arrepentirse cuando sufrió el inmenso dolor de ver asesinado a su amigo José Ignacio Rucci.
Con estos graves antecedentes a la vista, el matrimonio gobernante (cuyas simpatías verbales con aquella tendencia, sus obras y sus pompas, proclaman por activa y por pasiva) no debería demorar un instante en repudiar la reciente amenaza que grupos anónimos acaban de lanzar sobre la persona del Vicepresidente de la República.