
A la falta de libertades elementales, la corrupción, la carrera armamentista, la ineficiencia económica, el derrumbe demográfico, la burocratización, la enorme desigualdad social, el control de la prensa, la cerrazón social y el divorcio entre la ley escrita y la práctica, Todd añadió otro síntoma inquietante: la falsificación de los datos estadísticos.
En la Unión Soviética, observó, las cifras podían falsificarse con una facilidad desconcertante. Un bolígrafo puede aumentar al doble, en el papel, la producción de trigo, de papas, de hierro, de automóviles o de dentífrico. En la Argentina actual, una birome puede reducir a menos de la mitad los índices de precio, los de empleo o los de pobreza. El artículo de Gustavo Lázzari que publicamos hoy en noticias.iruya.com es elocuente.
La mendacidad, ese modo que asume la mentira cuando se hace institucional, sostuvo al régimen soviético pero también lo tumbó. La mentira estadística, le parecía a Todd, uno de las enfermedades que conducirían al régimen al colapso. Mientras el bolígrafo pudo dibujar las estadísticas, la Unión Soviética derrochaba salud. Según los jerarcas comunistas, los enemigos capitalistas que murmuraban sobre los supuestos males del sistema no tenían razón.
En la Argentina, varios gobiernos provinciales han desarticulado los sistemas estadísticos y han puesto bajo llave la información pública. Todos los días, sus funcionarios y los medios de comunicación pagados por esos gobiernos, se complacen en reemplazar, sin pudor, los hechos por la propaganda y el auto elogio.
En la Argentina de hoy, como en la Unión Soviética de ayer, las estadísticas han dejado de representar hechos: se han sido degradadas a opinión, a razón de Estado, a verdad incuestionable. Según el secretario de Comercio Guillermo Moreno, los datos del INDEC reflejan la realidad. Y si, la únicas verdad es la realidad, habrá que concluir que el gobierno tiene la sartén y, también, la verdad agarradas por el mango.